Carta Abierta a la ministra de Educación Soledad Acuña

Simpatizamos con los "juicios políticamente incorrectos" pero el problema es aventurarse en la sutil diferencia entre aquellos y el diagnóstico superficial y apresurado de problemas complejos.

Estimada Soledad:

Las líneas que siguen conllevan hacia su persona el cultivado respeto que aprendimos en el seno familiar y durante los años de escolarización.

Dejamos pasar algunos días para reportar estas reflexiones. Sería una pena que el acalorado debate que han originado sus apreciaciones contamine estas líneas con adjetivos o juicios inadecuados. Tratamos de no sucumbir en esa tentación. En realidad, debemos ser sinceros; tememos ser categorizados como "ideológicos" (aunque es inocultable que orgullosamente lo somos).

También -respetuosos de la libertad de expresión- decidimos prescindir de juicios sobre su intención porque intentamos no hacer con los demás lo que no nos gustaría sufrir "en cuero propio".

En primer lugar, queremos manifestarle nuestra particular simpatía por los "juicios políticamente incorrectos". Los mismos promueven el debate, fuerzan a la inteligencia, evidencian realidades y hasta aparecen como una manifiesta necesidad de la vida democrática. En épocas de "infierno de lo igual", determinadas afirmaciones pueden ocasionar movimientos casi geológicos en política. El problema aquí, es aventurarse en una tarea para nada sencilla: la sutil diferencia entre lo políticamente incorrecto y el diagnóstico superficial y apresurado de problemas complejos. Nosotros mismos, escribimos el doble o el triple de lo que publicamos y los borradores descartados nos han permitido observar que la transgresión no es lo mismo que lo ridículamente falaz. El hilo es muy delgado y como decía Sarmiento (fue el primero que acuñó la frase públicamente), "del ridículo no se vuelve".

De todas maneras, sus dichos sobrevuelan precariamente algunos debates que vale la pena no esquivar en el ámbito de la educación y la sociedad en su conjunto. La relación entre capital cultural (en las tres versiones de Bourdieu-Passeron) y las trayectorias vitales de los sujetos sociales ha producido abundante bibliografía crítica de muy buena factura académica. El problema justamente radica allí: lo abundante siempre nos lleva a la tentación de la lectura wikipediana por falta de tiempo. Sin advertirlo caemos donde nunca pensamos o quisimos: convertimos los conceptos en prejuicios. Por ejemplo, tomamos un concepto como capital cultural para vincularlo, sin más, a la posesión de bienes materiales de los sujetos. El apuro distraído nos hace olvidar que a Bourdieu le llevó la vida construir una teoría que complejice los usos clásicos del capital que hacía la propia teoría crítica.

 Sin advertirlo, convertimos los conceptos en prejuicios. Por ejemplo, tomamos un concepto como capital cultural para vincularlo, sin más, a la posesión de bienes materiales de los sujetos. El apuro distraído nos hace olvidar que a Bourdieu le llevó la vida construir una teoría que complejice los usos clásicos del capital que hacía la propia teoría crítica

Estimada Soledad, un distraimiento por apuro es bastante normal. El problema es cuando las palabras convocan los prejuicios, que a la postre, son la verdadera base de la fantasía ideológica que usted dice rechazar, luego de anunciarlos en su premisa de partida. "Fuimos por lana y salimos esquilados". Pero no hace falta golpearse 100 veces el pecho rezando un mea culpa... La ideología es solo pecado venial. Pero vaya un ejemplo para no enredarnos en el enjambre conceptual. En las últimas décadas se produjo mucho material haciendo referencia al desfasaje entre los cambios tecnológicos, sociales, culturales o económicos y la realidad de la escuela. La conclusión rápida, utilizada por usted Ministra, se resume frívolamente en: "estamos atrasados" y los principales responsables de dicho atraso son los empobrecidos docentes. En otras palabras: el capital cultural o las biografías de los educadores le impiden entender lo que pasa en el mundo, tornándose imposible una educación de calidad.

Bien sabrá usted Soledad, por ese amor que compartimos por la Ciencia Política, que la ideología -al menos para la interpretación clásica- era una manifestación que la ideología -al menos para la interpretación clásica- era una manifestación que demostraba la posición del sujeto enunciante a la vez que ocultaba las condiciones de su enunciación. Podría juzgarse de insuficiente la definición de Sloterdijk, dado los debates posteriores, pero es valiosa para adentrarnos en otro punto de su encadenamiento racional. Su aproximación ideológica a los docentes se resume en adjetivos relativos a la condición social e intelectual que el buen gusto nos impide repetir. Ello no implica que no recojamos el guante del pensamiento que claramente subyace en sus apreciaciones. 

Siguiendo con la confianza en sus intenciones, podría anunciarse así: es necesario regular el ingreso de los postulantes a la carrera docente de manera tal que los más talentosos puedan acceder a ella y salvar el sistema. La consigna en sí encierra las mismas dificultades que las enunciadas entorno al capital cultural. Es una consigna falaz pour la galerie para explicar un déficit. Su falacia radica en su capacidad automática de ser generalizada al universal de los casos, incluido la propia Ministra. Tanto es así, que el pensamiento más debatido en los foros internacionales durante la pandemia ha sido la falta de talento de las elites gobernantes y el automático traslado de tales carencias a las clases bajas con registros sesgados y discriminatorios.

 La conclusión rápida, utilizada por usted Ministra, se resume frívolamente en: "estamos atrasados" y los principales responsables de dicho atraso son los empobrecidos docentes

En la educación argentina el problema no está en la regulación del ingreso. Es mucho más importante la incapacidad del sistema político-institucional (que usted dirige) para generar itinerarios que impulsen el crecimiento de aquellos que eligieron el camino de la enseñanza. Para no complejizarla con bibliografía sociológica o pedagógica podríamos recomendarle las publicaciones de los emprendedores de Silicom Valey que hoy sostienen que más importante que el talento es ser parte del "ecosistemas de negocios" porque allí se performatea la carrera. Tenemos objeciones a semejante institucionalismo. Ello no implica ingenuidad. No fueron el puñado buenas maestras norteamericanas que trajo Sarmiento las que mejoraron el sistema educativo, sino el poder institucional, el consenso político y el irrefrenable poder represivo de la escuela el que hizo crecer a los docentes. No había Sarmiento sin Mitre.

Pero no se preocupe Soledad, con una lectura liviana de Aristóteles en sus Refutaciones Sofísticas (son 13 en total para el griego) usted encontrará la demolición de su argumento de partida. Suele ser valioso el texto a la hora de evitar generalizaciones automáticas, dificultades de encadenamiento lógico, deducciones apresuradas y otras falacias que por descuido suelen cometerse. Verdad que la extensión periodística nos impide profundizar la discusión conceptual acerca del talento, el ingreso a la carrera docente o la continuidad de la misma; que dicho sea de paso - como usted lo habrá experimentado en la UBA- es una medida sencilla que articula biografías y trayectorias. 

Nos encantaría proseguir el debate para poder trasmitirle estudios o experiencias comparadas. Tan sólo a modo de adelanto, estaríamos en condiciones de afirmar que la foja académica tiene un peso bastante relativo. Por ejemplo, el sistema educativo finlandés entiende "talento" como capacidad de despliegue de sus docentes para "ejercer acciones de cuidado de la crianza" (de 7 a 16 años) y nunca como foja académica. Atrévase a solicitar al Ministerio de Educación finlandés que le transfiera las pruebas de evaluación que se aplican a los aspirantes a la labor educativa. 

Le adelantamos su fracaso en tal petición. Evalúan solo convicciones en base a un proyecto político y cultural. ¿Ideología? Conclusión: "los esperados talentosos" que usted acarrea en su fantasía ideológica no existen y el prejuicio de una mala lectura positivista del "rol" le ha jugado una mala pasada peligrosa y llena de discriminación. Lo que nos falta es transmitir a los docentes, más allá de su origen social, la posibilidad de escribir una biografía valiosa. Hace ya tiempo; Emilio Tenti Fanfani, realizaba un extenso estudio sobre los docentes argentinos en comparación con otros países latinoamericanos. Le preguntamos por los argentinos; contestó: "los mejores docentes son los que tenemos". En estos meses de pandemia escribimos un pequeño texto sobre nuestro sistema educativo. 

Allí reclamamos que el principal derecho que debe reclamar la educación nacional, si desea un cambio estructural, es el derecho a la política. Hasta que no suceda seguiremos viviendo de prejuicios hirientes, instrumentalismos vacíos, diagnósticos parciales o consultorías a medida. Como decía Bertrand Russel, "nada peor que ir por la vida con los prejuicios que se derivan del sentido común (mediatizado) amasados en la creencias publicadas de una época".