PAPELERAS, SALUD Y NACIONALISMO

El senador reclamó un Código Ambiental para el Mercosur, que sea válido para todos sus miembros.

(*)Por Radolfo Terragno

Hacia 1883, Asnières no tenía más que diez hectáreas cultivadas. Suburbio industrial de París, apenas cosechaba humo.

Eso no inquietaba a los bañistas que inspiraron a Georges-Pierre Seurat. Su célebre obra (Une baignade à Asnières, 1883-1884) muestra a varios jóvenes disfrutando del Sena, mientras las usinas fuman en el fondo.

Los habitantes de Gualeguaychú no querrían —aunque los pintara un Seurat— emular hoy a los bañistas de Asnières. Se resisten a que sus vecinos uruguayos instalen, en el área de Fray Bentos, fábricas de celulosa (mal llamadas "papeleras") que escupirían compuestos organoclorados en el río y corromperían el aire con el pestilente dióxido de sulfuro.

Todo comenzó cuando la Corporación Financiera Internacional (CFI), miembro del Grupo Banco Mundial, recibió el pedido de financiar dos proyectos:

• Orion, llevado adelante por Oy Metsä-Botnia Ab, de Finlandia.

• Celulosa de M’Bopicuá (CMB), a cargo del Grupo Empresarial ENCE, de España.

El gobierno de Entre Ríos, pobladores asustados y Greenpeace han puesto el grito en el cielo: Orion y CMB matarían los peces del río Uruguay, enfermarían a los ribereños y acabarían con el turismo.  

El gobierno de la República Oriental del Uruguay —entusiasmado con ambos proyectos— no quiere ceder. Donde Botnia fabricará pulpa, hoy existe una astilladora de pinos y eucaliptos: Uruguay exporta astillas baratas e importa papel caro. La inversión en Orion y CMB (US$1.800 millones; la mayor en la historia del país) ayudará a transformar una economía que, hasta ahora, cambió materias primas por manufacturas. Su única fábrica de celulosa (Fábrica Nacional de Papel, FONAPEL, instalada en Juan Lacaze, Colonia) produce 35.000 toneladas de pulpa: apenas 2,33% de lo que se fabricará en Fray Bentos. En cuanto a tecnología, Orion y CMB emplearán la usual en Estados Unidos y Canadá. Las plantas uruguayas —alegan en Montevideo— serán más modernas (y menos contaminantes) que la mayor parte de las argentinas.

No es fácil saber quién tiene razón.

Sería insensato ingerir la propaganda de los interesados: un industrial jamás confesará que envenena el ambiente.

A la vez, conviene evitar la alucinación ecológica, que hace ver a la Parca rondando toda industria.

Y huir del chauvinismo, para el cual las fábricas argentinas son inofensivas; y las uruguayas, letales.

No hay producción inocua de celulosa. Lo importante es establecer, en cada caso, si una planta causará daños grandes o minúsculos. Serán grandes si la planta libera demasiadas dioxinas y furanos: elementos sospechados de producir cáncer, trastornos neurológicos y alteraciones endocrinas.

Para fabricar celulosa, primero hay que eliminar (con soda cáustica) la lignina de la madera. La pulpa resultante es oscura y aun tiene restos de lignina. A fin de obtener una pasta pura y blanca, hasta hace poco tiempo se usaba cloro gaseoso.

Combinado con los restos de lignina, el cloro caseoso (Cl2, también llamado "cloro elemental") producía gran cantidad de dioxinas y furanos.

En los últimos años, fue reemplazado —en países donde se procura preservar el ambiente— por el dióxido de cloro (ClO2), base de un proceso denominado Libre de Cloro Elemental (en inglés, ECF).

Un lego puede creer que la diferencia entre cloro y dióxido de cloro es insignificante; pero, en química, un átomo hace mucho. Si en vez de blanquear con Cl2 se blanquea con ClO2, se ahorra 80% de la contaminación producida por una fábrica de pulpa tradicional.

Con todo, el ECF todavía permite la liberación de dioxinas y furanos. Por eso Greenpeace, que lanzó en 1993 su campaña mundial Chlorine Free, aboga por el proceso Totalmente Libre de Cloro (en inglés, TCF), que se vale de blanqueadores alternativos: oxígeno, ozono o peróxido de hidrógeno.

No hay duda que es el método ideal, porque reduce las dioxinas y los furanos a cero. El propio Banco Mundial lo reconoció en 1998:

"El uso de cloro elemental para blanquear no es recomendable. Sólo el proceso ECF es aceptable y, desde el punto de vista ambiental, el proceso TCF es preferible".

Sin embargo, Estados Unidos y Canadá no han adoptado el TCF. En verdad, la papelera norteamericana Georgia Pacific (N° 2 del mundo) y la canadiense Weyerhaeuser (N° 3) sólo dejaron de blanquear con "cloro elemental" la década pasada; y no para pasar al TCF sino al ECF.

En 1997, el gobierno de Bill Clinton reguló el uso de blanqueadores en la industria del papel. La regulación (1.200 páginas) condena el uso de "cloro elemental" y alienta la adopción del ECF. No del proceso "totalmente libre" de cloro.

Este proceso exige usar sólo fibras vírgenes; no papel reciclado, que pudo haber sido hecho con cloro. Según la industria papelera, eso exigiría que Estados Unidos dispusiera de 100 millones de árboles más. Además, el costo operativo de las plantas aumentaría 200%.

El argumento resultaría insuficiente si, por ahorrar costos, se sembrara la muerte. Algunos expertos replican que la objeción vale para el "cloro elemental", pero no para el dióxido de cloro, cuyos riesgos resultarían "no significativos".

El TCF es empleado en Escandinavia, Alemania y Austria, para satisfacer la demanda de mercados que —por convicción ecologista— se niegan a consumir papel producido con cloro o derivados, y prefieren pagar más por papeles fabricados con "tecnología limpia". FONAPEL anunció en 2003 su interés de pasar del cloro gaseoso al TCF, pero no hay detalles sobre la marcha de ese proyecto.

En el mundo, 80% de la pulpa se blanquea mediante la secuencia ECF; sólo 7% a través del proceso "ideal". Las plantas de Fray Bentos seguirán, también, la secuencia ECF. La contaminación no será cero; pero estará dentro de los límites que el mundo desarrollado juzga "tolerables".

Los efluentes no se limitarán a la cantidad (reducida) de dioxinas y furanos. Las papeleras liberan otros desechos, como metanol o amonios, menos agresivos pero no inertes. La firma alemana Julius Schulte Söhne, que tiene una planta en pleno Dusseldorf, procuró resolver el problema mediante un "circuito cerrado de agua": el líquido nunca sale de la planta.

El circuito cerrado —sistema que en la Argentina emplea Celulosa Campana— es un perfeccionamiento; pero no la panacea. El agua que interviene en la producción de pulpa debe ser purgada, y las impurezas son, luego, quemadas o biodegradadas. Parte de los contaminantes que no fueron a un río, suelen terminar en el aire. Los residuos sólidos van a rellenar suelos.

Está claro: la industria del papel, como cualquiera, contamina. Si no se quiere vivir en una sociedad pastoril —dependiente de naciones industriales, capaces de administrar los riesgos ambientales y no renunciar a las fábricas— se necesitan reglas que recorten los riesgos.

El conflicto con Uruguay demuestra que, en el ámbito de Mercosur, esas reglas deben ser comunes. Un Código Ambiental, que ponga en situación de igualdad a todos los países miembros tendrá que establecer requisitos para la localización y funcionamiento las distintas industrias.

Mientras no haya tal legislación común, conflictos como el actual deben resolverse con sensatez.

• Uruguay —que no realizó un adecuado proceso de consulta con la Argentina— está obligado a procurar, junto con Botnia y (ENCE), mejoras en los proyectos. Sin tornarlos inviables, deben aminorarse aun más los riesgos; por ejemplo, a través de un circuito cerrado de agua que observe las mejores prácticas internacionales.

Las empresas deberán operar en un hinterland que comprende tanto al Uruguay como a la Argentina. Es en interés de ellas establecer relaciones de convivencia y cooperación.

En cuanto a Uruguay, debe convencer; no imponer. Es necesario que provea planos que aún no aparecen, e información crítica para que se busque una solución al problema.

La Argentina, por su parte, no puede olvidar las fábricas de celulosa que tiene en la Mesopotamia, sobre el Paraná:

• Provincia de Buenos Aires, frente a Entre Ríos: Celulosa Argentina (Zárate; propiedad de FANAPEL), Celulosa Campana (Lima, Zárate), Papelera del Plata (Zárate), Papel Prensa (San Pedro).

• Entre Ríos: Iby (Ibicuy, 123 kilómetros al sudoeste de Gualeguaychú).

• Santa Fe, frente a Entre Ríos: Celulosa Argentina (Capitán Bermúdez; también propiedad de FANAPEL).

• Misiones, frente al Paraguay: Papel Misionero (Puerto Mineral), Pastas Celulósicas Piray (Puerto Piray) y Alto Paraná (Puerto Esperanza).

Ninguna de esas plantas utiliza el proceso TCF, que Greenpeace y el gobierno de Entre Ríos le exigen a Uruguay. Es cierto que los proyectos Orion y CMB exceden la envergadura de cualquiera de las plantas argentinas. No obstante, la técnica de blanqueado que se usará en Fray Bentos es idéntica a la empleada por las mayores papeleras del mundo. Es, también, la que emplea la más moderna papelera argentina: Alto Paraná, que exhibe la ISO 14.001: certificado de buena gestión ambiental que otorga la Intenational Organization for Standarization.

Si hay esfuerzos conjuntos, será fácil resolver el problema en poco tiempo. Si no, habrá secuelas en las relaciones bilaterales y la marcha del Mercosur.

(*)El autor es Senador del Bloque Radical Independiente.