Economía

El gasto se devoró las chances de crecer

El déficit argentino es crónico y estructural. Cada vez que el Estado gasta más de lo que recauda, estamos un poco peor. Es clave bajarlo para que pueda haber inversión.

Si en Argentina hay un problema económico que se ha ganado todo el protagonismo, ese es el elevado gasto público constantemente por encima de la recaudación, es decir el déficit fiscal. Cada vez que un Estado gasta más de lo que ingresa tiene que incurrir en deudas. Y cuando no consigue quien le presente, el Estado utiliza su herramienta de política monetaria para solventar sus gastos.

En Argentina, esto sucede hace décadas y de forma recurrente. Esta situación no obedece a circunstancias coyunturales, sino que se presenta de manera estructural en la economía. Independientemente del signo político o supuesta orientación ideológica del gobierno, pareciera que es propia del Poder Ejecutivo y sus diversos ministerios esta pulsión por llevar a cabo un gasto público por encima de las posibilidades de generar ingresos tributarios acordes. Es imposible no caer así en un déficit fiscal o desahorro público.

Para que nos demos una idea, por la caída de la recaudación, la falta de acceso al mercado de deuda y el aumento del gasto para enfrentar la pandemia, el Gobierno emitió en 10 meses tantos billetes, que terminó generando la emisión monetaria más alta en los últimos 30 años. Datos acumulados de lo que va del año muestran que por cada peso nuevo de déficit el Banco Central emite un nuevo peso para financiar al Tesoro. Y que como resultado la emisión monetaria es la más alta de los últimos 30 años. En lo que va del año, el BCRA ya superó ampliamente el billón de pesos para financiar al sector público.

Datos acumulados de lo que va del año muestran que por cada peso nuevo de déficit el Banco Central emite un nuevo peso para financiar al Tesoro

Una política fiscal excesiva, mantenida en el tiempo, explica el deterioro económico de nuestro país y la pérdida de calidad de vida de los argentinos. Nuestra estructura fiscal nos conduce a tener el costo de capital más elevado de la región, con lo cual los proyectos de inversión no son rentables y mucho menos, si se nos compara con los países vecinos. Sin inversión, no se crean puestos nuevos de trabajo, no se desarrollan nuevas tecnologías, no se diversifican las exportaciones, nos faltan dólares y las posibilidades de crecer se reducen. Guzmán se los dijo a los acreedores: sobre el nivel de 2019, Argentina no puede crecer ni al 2% anual hasta 2030. Con sus nuevas proyecciones, recién en 2023 habremos recuperado el nivel prepandemia.

El déficit fiscal no sólo afecta al Gobierno, sino que también afecta al resto de la economía de varias formas. La primera de ella, nos obliga a convivir con la inflación, que castiga más a los que menos tienen. Además, ataca de forma directa a la inversión. Cuando el gobierno tiene un déficit grande, trata a toda costa de captar más recursos tributarios y de colocar deuda y así se lleva del mercado los ahorros que podrían haber estado orientados a la inversión privada para que crezca el país.

Como el déficit crónico limita las posibilidades de crecer, va haciendo cada vez más la asistencia social. Por lo que cuando en momentos de crisis, los gobiernos tratan de solucionar su déficit, muchas veces sacrifican partes importantes de su gasto social con un doloroso efecto social no deseado.

¿Se puede reducir el déficit y aumentar los ingresos fiscales sin desalentar la producción? La respuesta es sí: bajando los impuestos y achicando el gasto público.

 ¿Se puede reducir el déficit y aumentar los ingresos fiscales sin desalentar la producción? La respuesta es sí: bajando los impuestos y achicando el gasto público

Cuando la presión tributaria llega a un punto en que desincentiva la producción e invita a la evasión, lo mejor para recaudar más es bajar los impuestos o al menos hacerlos mejores y menos distorsivos para no dañar el entramado productivo.

Una rebaja de las alícuotas puede aumentar el ingreso, aunque este aumento de la recaudación no tiene porqué ser inmediato, ya que la producción puede tardar un tiempo en recuperarse.

Con un impuestos del 0%, los ingresos del Estado serán cero. Con un tipo impositivo del 100% (pura confiscación) los ingresos también se acercarán a cero, ya que al robar la totalidad del fruto de la producción, ésta acaba por casi desaparecer. Es decir, subiendo los impuestos, la recaudación sube hasta un punto y a partir de ese punto cualquier suba de impuestos será un tiro por la culata: a la gente ya no le cerrarán los números, cerrará la fábrica o venderá en negro y la recaudación empezará a caer. Este razonamiento se conoce como "curva de Laffer" y muestra que existe un tramo en el que con la reducción de los impuestos se puede recaudar más.

La aplicación de esta teoría podemos verla por ejemplo aplicada actualmente en la gestión económica de Donald Trump, que combinada con otras medidas para mantener los costos financieros en mínimos históricos y otras medidas para promover la inversión llevaron al desempleo al valor más bajo en 50 años justo antes de la pandemia.

Con todo esto, podemos ver claramente que la única opción para salir adelante, es aumentar la inversión a partir de una rebaja impositiva. En tal caso, urge reducir drásticamente el gasto público. Aunque sea un camino difícil dado la gran estructura dependiente del Estado, este es el adecuado para reducir la carga impositiva en un marco de estabilidad en su sentido más amplio.