Deuda externa: ¿un buen acuerdo?

Postergar los pagos de deudas contraída en lugar de repudiarlas, no es una buena opción. Hay que usar los recursos para sacar a la gente adelante, no para pagarles a los que endeudan al país.

El gobierno se ha lanzado a una inmensa operación de "convencimiento", acerca de que el acuerdo al que se ha llegado con los más importantes fondos de inversión del mundo es el mejor de los acuerdos posibles. Desde la Izquierda reafirmamos que la única herramienta viable es dejar de pagar la deuda y priorizar a los más necesitados de nuestro país.

La abrumadora mayoría de los economistas, en infinitas notas, papers a sus clientes, informes de consultoras y columnas de opinión en diarios locales y extranjeros, aplaudieron el acuerdo. Lo mismo hicieron los ex funcionarios del área económica del macrismo, como Luis Caputo y Guido Sandleris, y hasta un terrorífico personaje de nuestra historia económica como Domingo Cavallo. También lo apoyó la oposición de Juntos por el Cambio.

En esta abrumadora coincidencia solo queda una voz disonante, la nuestra, la de la izquierda. Quedamos absolutamente solos, con la obligación de denunciar la triste verdad, que este acuerdo, otra vez, nos llevará más temprano que tarde al hundimiento.

La negociación no reduce prácticamente nada el capital de la deuda. Y, si bien es cierto que se reducen los intereses, igual se sigue pagando una tasa seis veces más grande que la que se obtiene comprando bonos de otros países. Al mismo tiempo, el plazo de gracia es extremadamente corto: ya en julio del año próximo estaremos abonando vencimientos. Por otra parte, la "montaña" de vencimientos a partir de 2024 es gigantesca e imposible de afrontar ("insustentable" diría el FMI).

Durante la negociación, el gobierno fue cediendo y cediendo, cada vez más. Así, entre la primera oferta y la que se terminó firmando, se le reconocieron 16.500 millones de dólares más a los acreedores.

Pero, al menos, ¿solo tendremos que pagar 1.400 millones de dólares en los próximos tres años? No es así. A ese monto hay que sumarle los vencimientos que surjan de la "otra" deuda que también se está negociando, la que poseen los bonistas bajo legislación local. Con fondos internacionales que incluso tendrán la "opción" de dolarizar los bonos que hoy tienen en pesos.

Y, además, en mayo del año próximo tenemos que pagar 2.100 millones de dólares al Club de París.

Todo esto sin contar, "la perla" de la negociación que se viene: la deuda con el Fondo Monetario Internacional. Se trata de 49.000 millones de dólares (de capital e intereses), que hay que empezar a abonar en septiembre del año que viene, y que luego sigue con vencimientos gigantescos en 2022 y 2023. Anticipamos cómo seguirá la historia. El FMI no aceptará ningún tipo de quitas. Sí negociará correr los vencimientos. Claro que, si se los quiere llevar a algo más lejos que los años inmediatos, exigirá a cambio "reformas estructurales", fiscal, previsional y laboral.

La historia vuelve a repetirse. Se empieza por reconocer una deuda ilegítima y fraudulenta. Luego, se la "renegocia". Y se dice que, "ahora sí", se resolvió el problema definitivamente. Todo termina en un nuevo ajuste para cumplir con los acreedores. Así pagamos, y pagamos infinitamente. Pero como no alcanza, pedimos nuevos préstamos, para "refinanciar" el resto. Y la deuda sigue creciendo. Ese es el camino infinito, hasta la próxima renegociación. Que indefectiblemente llegará. Una rueda infernal, infinita, en la que nos seguimos hundiendo.

¿Hay otra alternativa? Sí, aunque sólo la izquierda lo plantee. Afirmamos que la única salida viable, si queremos de una vez por todas priorizar las necesidades populares y desarrollar nuestro país, quebrando las cadenas de esta dependencia, es dejar de pagar inmediatamente la deuda, repudiándola en su totalidad y romper el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, para poner así todos esos recursos al servicio de resolver las más urgentes necesidades populares.