Relaciones Internacionales

De la tercera posición a la tercera vía: política exterior argentina durante los años noventa

Desde 1889, año de la Primera Conferencia Panamericana celebrada en Washington, la Argentina se constituyó en antagonista de los Estados Unidos en diversos foros diplomáticos.

En 1989 todo parecía indicar que el mundo iba hacía un lado y el vendaval era imparable. La "tercera vía" parecía ser el único camino posible. Ya nada tenía que ver con la "Tercera Posición" de Juan Domingo Perón o de los no alineados. Inclusive en la Gran Bretaña de absoluta hegemonía tory, fue la tercera vía de Tony Blair y el New Labour la única capaz de destronar a los herederos de  Margaret Thatcher.

Sin embargo, la herencia de  Thatcher fue tan grande que el mismo Blair terminó continuando y en algunos casos hasta profundizando las políticas neoliberales de la enemiga pública número uno de los laboristas de toda la vida. Lo mismo hizo Clinton, que no cambió en demasía el Estado desarmado que heredó de sus antecesores republicanos. Especialmente el que había sido pergeñado por Ronald Reagan durante los ochenta.

La política internacional de ellos no fue la excepción. Clinton continuó con aventuras bélicas, sobre todo en los Balcanes. Blair se alineó con Bush hijo en la invasión a Irak y la llamada "guerra contra el terrorismo" de principios de los 2000.

Desde 1889, año de la Primera Conferencia Panamericana celebrada en Washington, la Argentina se constituyó en antagonista de los Estados Unidos en diversos foros diplomáticos. Como dice Carlos Escudé en "Realismo Periférico: una experiencia argentina de construcción de teoría, 1986-1997", nuestro país fue neutral durante las dos guerras mundiales y después de 1945 promovió una "tercera posición" entre los dos grandes bloques dominantes del período.

Uniéndose eventualmente al Movimiento de los Países No Alineados, del cual recién saldría en 1991 cuando el entonces Canciller Guido Di Tella lo calificaría de "un movimiento nostálgico y del pasado" buscando de esta manera un mayor acercamiento a los Estados Unidos y continuando las políticas de alineamiento con la potencia del norte comenzadas dos años antes al asumir el gobierno del Presidente Menem.

Tras el final de la Guerra Fría con la caída del Muro de Berlín y la posterior debacle y disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, tanto para los miembros del gobierno como gran parte de la oposición, de los medios de comunicación y del establishment estaba más claro que nunca que plantear una lucha de poder con los Estados Unidos o con otras potencias mundiales en defensa de los intereses no se podía sostener.

Había que hacer un giro copernicano en materia de política exterior, alineándose totalmente con el país vencedor del conflicto recién finalizado y abandonar cualquier atisbo de enfrentamiento. Según Escudé, esto bien podía significar dejar de defender cierto orgullo patriota producto de la educación impartida por la elite gobernante durante todo el Siglo XX.

En el libro El fracaso del proyecto argentino: educación e ideología publicado por Escudé en 1990 se describe la preocupación que sentían a principios del Siglo XX numerosos miembros de la clase dirigente ante la babel de idiomas y costumbres en los que se estaba convirtiendo el país a causa del constante flujo migratorio.

Por lo cual consideraban necesario impartir una educación para dotar de sentimiento patriótico y uniformar al "crisol de razas" que era la Argentina de comienzos del Siglo XX, pero a finales de ese Siglo, con el recuerdo fresco de la derrota en Malvinas, con la Guerra Fría terminada y la clara consolidación definitiva de los Estados Unidos como hegemón en el plano internacional ya no quedaba margen para enfrentamientos estériles.

El gobierno argentino incluso envió tropas de la Armada a la primera Guerra del Golfo, en 1991, en lo que se denominó como "Operación Alfil". Por supuesto, Estados Unidos no necesitaba de un par de buques de guerra y dos helicópteros argentinos para darle una lección a Saddam Hussein, pero se trató de una operación de grandes proporciones simbólicas.

Inclusive, la bandera argentina encabezó los desfiles de victoria en la ciudad de Nueva York, una vez finalizada la acción bélica estadounidense. Argentina rompió con esto su tradición histórica de neutralidad en conflictos internacionales. El país se había mantenido neutral tanto en la Primera Guerra Mundial como en la Segunda, donde ingresó al conflicto dos meses antes del final. El alineamiento con el país vencedor y hegemónico ya era completamente total. Y las "relaciones carnales" era apenas una descripción llevada hasta lo grotesco.

Paradójicamente, ese "crisol de razas" en el que se estaba convirtiendo la Argentina de principios de Siglo XX, muy a pesar de sus dirigentes, nunca se vio tan representada en el gobierno nacional como en los años noventa. Que un hijo de sirios llegara a presidente de la Argentina solo podría pasar en un país como el nuestro.

A su vez, lo plebeyo, el interior profundo ajeno al porteño centrismo con el que nos acostumbramos desde hace mucho tiempo a la política argentina, estuvo en las primeras planas durante esos años. La política exterior nunca debe analizarse sin tener en cuenta no sólo la política interna sino también el contexto que la crea.

La verdadera política es la política internacional, solía decir el General Perón. Y todavía queda mucho por analizar respecto de aquellos años. Ya sin las pasiones de entonces y sin reduccionismos que eviten un estudio serio de la cuestión. Este artículo pretende ser, apenas un disparador para empezar a pensar. Entender la década del noventa, puede servir, también, para pensarnos.