Coronavirus

El virus del poder

Biopolítica de control de masas sobre el filo del default. Hambre y salud pública bajo mando peronista.

La peste cruza la ciudad, vacía las calles, aísla los cuerpos, amenaza hasta el amor. La peste es la muerte sacándose los guantes. Entre nosotros. Ahí la tenes. Pero la muerte tiene un rival igual de voraz: El poder. Que tampoco se detiene.

Alberto Fernández encontró en el combate a la epidemia la mística que se le escapaba entre las manos, en un gobierno atrapado en la microgestión de la renegociación de la deuda. Una tarea tan imposible como la peste, pero sin eco en la calle. La deuda es un fantasma invisible como el Coronavirus, pero cabalgar ese desafío no ofrece otro atractivo que las conferencias clínicas de Guzmán. No hay platea para esa sopa.

En cambio, la pelea contra el virus tiene todo lo que hace falta: Muertes, fuerzas públicas en las calles, cumbres urgentes, líderes en el vértice de una tensión extraordinaria, el espectáculo del Estado desplegando sus músculos. Es la coartada para que el ignorado burócrata de ayer se convierta en el superhéroe que nunca dejamos de esperar. Bueno amiguitos, sus deseos se han cumplido.

La pelea contra el virus tiene todo lo que hace falta: Muertes, fuerzas públicas en las calles, cumbres urgentes, líderes en el vértice de una tensión extraordinaria, el espectáculo del Estado desplegando sus músculos.

Y mientras observamos este éxtasis del poder, que se autobserva reconocido por primera vez, útil por primera vez, la realidad nos devuelve colas de gente desesperada por cobrar su subsidio, porque del otro lado de la heroica cuarentena que nos encuentra unidos en la gesta de la reclusión, en la prisión voluntaria, en la supresión de los placeres más simples, encontramos al aguafiestas de la recesión, que tampoco descansa. Y así, por cada ladrillo que le ponemos al muro del aislamiento, ese demonio la da otra palada al pozo donde va a enterrar la economía. Porque parece que la vida ahora es así, compensa malas noticias con peores.

No hay tierra libre en el mundo. Soltar las amarras de la contención es disparar el virus al infinito, para terminar en el mismo lugar cuando la presión se vuelve inaguantable: el confinamiento. Sólo que más tarde y con más costo. Ahí tenemos al bueno de Boris Johnson contagiado, como metáfora perfecta de la caída del espíritu indomable de los anglosajones. Trump todavía intenta resistir, o más bien disimular, lo que 100 mil infectados ya le explicaron. Nueva York, su ciudad, cayó también en el confinamiento. Lo que sigue es retórico, pasto para redes sociales.

Entonces, el dilema no es el confinamiento o la recesión. El único desafío es que blend vas a encontrar de este trago amargo. Y ahí tenes la gestión supersónica de las potencias asiáticas, tan imposible para estas geografías, con sus detectores de temperatura, su geolocalización y todas las app del Estado policial de la ultra tecnología, el big data y el escaneo online de nuestras vidas. Se puede circular porque el país es la cárcel. El trade off que propone el big brother oriental es cruel y efectivo: Entregame el control de tu vida y yo te garantizo que seguís vivo ¿Cómo resistirse a esa oferta?

Y en este nuevo mundo, los paquetes de estímulo con cifras de trillones de papel pintado se amontonan en un pasaplatos que no despacha nadie. Pero eso es Occidente. Acá en el Sur, las opciones son más modestas. Diez mil pesos, poco más de cien dólares, para los que se quedaron sin trabajo. Por única vez, mientras dura la "cuarentena", que sabemos, porque no somos tontos, que llego para quedarse más allá de la fecha que imprima el decreto. ¿Cuándo vamos a volver a amontonarnos en un restaurante, bajo las luces tenues, todos sonrisa y encanto? Mutación del aislamiento, reconfiguración del espacio social.

Nos queda entonces la gestión peronista del hambre y el aislamiento, del país en default y pandemia, con la economía suicidándose desde los acantilados de Mar del Plata. Con las tensiones que expresan los curas villeros, que entregan en el Instituto Patria los partes alarmantes de la línea de frente del conflicto social, para que desde allí se les abran las puertas de Olivos para que el Presidente los escuche. Circulación del poder, que tiene una cara visible y otra silenciosa. Son peronistas, se supone expertos en solucionar lo imposible y gestionar la frustración de las masas. No podríamos estar en mejores manos: ¿O no?