Los setenta

González, Del Guercio y el pasado que Cambiemos no pudo cerrar

Un país es el derecho a la disputa por la Historia. A reabrirla, a desarchivarla, a entenderla, a dejarla descansar también.

Horacio González dijo algo "polémico" en una extensa entrevista para la agencia Paco Urondo. Es una frase extraída de la nota en la que señaló la necesidad de una "valorización positiva de la guerrilla de los 70". El actual gobierno tuvo su gesto de mayor densidad simbólica en los nuevos billetes: puso flora y fauna y se vanaglorió de borrar a los próceres. Los llamó "muertos". Declaró unilateralmente el fin de la disputa por la historia. "Dejamos a los muertos en paz", le dijo Marcos Peña a Carlos Pagni en el coloquio de Idea en octubre de 2017. Estaba reluciente, acababan de ganar la elección de medio término y necesitaban lo que todo gobierno necesita: tramitar en ese triunfo el goce de su "batalla cultural". Pero el péndulo se mueve: cuando ajustás el pueblo argentino no te vota. El 2017 aquel quedó lejos. Y cuando dejamos en paz a los muertos, parece que los muertos no nos dejan en paz a nosotros. O eso se deduce del previsible escándalo que la frase de González desató en el oficialismo. Dejemos los muertos en paz, pero todos recuerdan el tuit borrado del actual ministro de Cultura cuando se rió (antes de serlo) del bombardeo a Plaza de Mayo. La solemnidad es un espejo exigente.

Horacio González tiene una trayectoria más amplia, contradictoria y compleja que la que puede plastificar esa frase. Perteneció a fracción de la JP que en 1974 rompió con la conducción de Montoneros, es decir, que rechazó el pase a la clandestinidad y la opción armada durante aquel gobierno constitucional de Perón. La "JP Lealtad". Años después, en un gobierno en el que habían transcurrido casi 30 años de democracia y como director de la Biblioteca Nacional del kirchnerismo, ofreció una serie de sugerencias críticas a la conducción de esa gestión nacional. Sus intervenciones junto a las de Fernando "Chino" Navarro luego del cacerolazo del 13 de septiembre de 2012 (antecedente del recordado 8N), se ubicaban en un llamado a la sensatez y al diálogo político muy lejos de la estigmatización oficial sobre los "compradores de dólares para ir a Miami". Por supuesto que en la memoria hay otras marcas fuertes (el "voto desgarrado" a Scioli en 2015 o el "ánimo destituyente", metáfora con que el colectivo Carta Abierta organizó el conflicto de 2008), pero destaco estas dos referencias (una puntual sobre su pertenencia y otra casual en la que actuó como funcionario libre pensador) para anteponer la no linealidad aparente con que en estos días se construyó la arquitectura frágil de esa frase para atacar la arquitectura de su enunciador.

Horacio González tiene una trayectoria más amplia, contradictoria y compleja que la que puede plastificar esa frase. Perteneció a fracción de la JP que en 1974 rompió con la conducción de Montoneros, es decir, que rechazó el pase a la clandestinidad y la opción armada durante aquel gobierno constitucional de Perón. 

El escritor Mario Santucho publicó una biografía impresionante ("Bombo, el reaparecido"): la historia de un guerrillero del ERP del monte tucumano cuya leyenda se perdió en los matorrales represivos pero cuya última noticia anima su libro: habría reaparecido en el bar de un pueblo. Rumor de pueblo, semilla de fake news. No importa. Mario no escribe el libro sobre su padre (Roberto Santucho, fundador del ERP), sino el libro que su padre hubiera querido que escriba: la historia del bajo pueblo de la guerrilla rural tucumana. Al revés que el viaje de Isidro Velázquez, el bandolero social que el sociólogo Roberto Carri retrató en un clásico (como origen de un tipo de violencia política), lo que apunta Santucho es inverso: el trayecto de aquella violencia política a la actual violencia social, la de nuestra democracia. Mario Santucho reescribe una historia de Tucumán, esa provincia en la que Bussi pudo con la "Estrella Roja" del ERP en los 70 pero no pudo en los 90 contra la remisería 5 Estrellas que gerenciaba la seguridad y el transporte como una mafia para-estatal. Busquen esa historia del Jardín Primitivo de la República.

Lo que Mario repone en un modo original de escritura no es tanto la valorización de la guerrilla sino el sentido de esa Historia.

Nombrar

Si las declaraciones de González chirrían, también lo hacen los que lo cascotean. La respuesta de Miguel Pichetto pareció reponer más un "Ezeiza imaginario" que cuestionar la "revolución imaginaria". En alguna medida también chirrían las desproporcionadas reacciones a lo que dijo el exquisito músico Emilio Del Guercio en torno a su apoyo a Cambiemos (el partido de gobierno de un gobierno prácticamente de salida). Se trata del fundador de Almendra y de una de las formaciones más profesionales y sólidas de los años 70: "Aquelarre" (que cantaba "América vibra, mi cuerpo quiere libertad", en 1973). De hecho Del Guercio hizo cantar a todos los Almendra en el año 70 uno de los versos más explícitos en la tremenda canción "Camino difícil": "Compañero toma mi fusil/ ven y abraza a tu general". Contra el espíritu de hablar sin hacer temblar nada, un fino hilo ata el destino de estas frases de Del Guercio y de Horacio que se puede llamar "setentismo": dijeron cosas en las que tienen todas las de perder.

Cuando Alberto Fernández nombró a Magnetto en el seminario de Clarín organizado en las instalaciones del MALBA, se podía haber escrito: "de Clarín miente a Héctor no me deja mentir". Pero hay una transformación también adentro de esa frase. Digamos que el negocio redondo de Magnetto implicaba no ser nombrado. Ser el nombre invisible del mercado. Y Alberto Fernández lo nombró con "naturalidad". Prácticamente llegamos al 2008 sin que la palabra Magnetto tuviera estado público. No estaba en el vocabulario casi de ninguna militancia. A su modo, y desde sus trayectorias particulares, el empresario Julio Ramos, el escritor Jorge Asís o el periodista Pablo Llonto habían pagado un precio por "desobediencia" en ese capítulo llamado "Asunto Clarín" de la democracia, que con los años de conflicto adquirió una relevancia desproporcionada, como si fuera la contradicción principal de la desigualdad argentina. Pero en el fondo parece resumirse en una ley del mercado argentino: cuantos más grandes intereses tiene un empresario, más desea el anonimato.

Cuando Alberto Fernández nombró a Magnetto en el seminario de Clarín organizado en las instalaciones del MALBA, se podía haber escrito: "de Clarín miente a Héctor no me deja mentir". 

La tendencia de la "moderación" política puede saturar hasta a quienes la sostienen, pero se dice "moderación" a algo que en realidad perfila una necesidad: la de la acumulación política. Muchos votos, mucha unidad, muchos gobernadores, mucha institucionalidad, mucha calle, mucho todo junto para volverse robustos frente a lo que viene: la nueva/vieja discusión de una Argentina endeudada y un "mundo" que nos quiere volver a declarar "morosos incobrables". Los consensos o los grandes acuerdos, las Moncloas, resultan siempre contra algo. Destruir/construir. Tal vez llega la hora del acuerdo sobre el tema "deuda".

La pregunta sobre el final del actual gobierno es una pregunta que también resuena en la Historia, en lo histórico, en los vivos y los muertos: ¿Por qué nos volvimos a endeudar? ¿Por qué tanto? ¿Por qué así? Un país es el derecho a la disputa por la Historia. A reabrirla, a desarchivarla, a entenderla, a dejarla descansar también.