Elecciones 2019

Parlamentarismo de facto

La idea de un naciente albertismo que margine a Cristina del corazón del poder, ignora los datos estructurales del nuevo escenario.

Los análisis lineales que por estas horas supuestos conocedores del pensamiento de Alberto Fernández filtran a los medios, circulan entre la imprudencia y la ingenuidad. La comparación fácil con la dialéctica que animó el vínculo entre Néstor Kirchner y su creador inicial Eduardo Duhalde, es tan perezosa como aventurada.

Primero la imprudencia. Alberto todavía no ganó la elección general, no asumió el poder y no tomó las primeras medidas para enfrentar una situación económica que se insinúa de gran complejidad. Es decir, están gastando a cuenta y mostrando las cartas, mientras irritan a engranajes esenciales del próximo esquema de poder.

Este guion previsible del nacimiento del albertismo, cimentado en la alianza con los gobernadores, Sergio Massa, Clarín y algunos intendentes del Conurbano, que forzará la marginación de Cristina del núcleo de decisiones de Estado, sorprende por todo lo que no considera. Como si el país fuera una maravilla que funciona sóla y los políticos tuvieran margen para modelar sus ambiciones en un universo paralelo.

Alberto Fernández, comentan quienes lo frecuentan, está muy preocupado por la economía que va a heredar de Macri. Sabe que en un puñado de meses la luna de miel que está viviendo con la sociedad, se puede transformar en desencanto y reproche.

Este guion previsible del nacimiento del albertismo, cimentado en la alianza con los gobernadores, Sergio Massa, Clarín y algunos intendentes del Conurbano, que forzará la marginación de Cristina del núcleo de decisiones de Estado, sorprende por todo lo que no considera.

El punto entonces lleva a preguntarse sobre que poder político se apoyará Fernández para enfrentar el momento de las decisiones difíciles. La respuesta es obvia: La legitimidad de fondo del proyecto es Cristina Kirchner. Ella aportó los votos decisivos y mantuvo la línea crítica contra el gobierno de Macri, cuando muchos de los que hoy apuestan a crear el "albertismo" se tentaban con un peronismo "republicano" y pro mercado que jubilara a la ex presidenta.

Fracasaron y hoy encuentran en Alberto la puerta de entrada que perdieron en el camino. Son una parte de la realidad política del peronismo, que la ex presidenta supo leer y por eso ensayó un paso hacia atrás que le permitió dar tres hacia adelante.

El que crea que una vez que ganó, Cristina se va a retirar a cuidar a sus nietos; bueno, que lo crea, total no pasa nada. Pero el poder es otra cosa.

La ex presidenta además de personificar la jefatura política de última instancia, tendrá en la etapa que viene el control directo la provincia de Buenos Aires -cuarenta por ciento del padrón nacional- y la mayoría larga en los bloques de diputados y senadores del peronismo. Esta situación mete a la Argentina en un parlamentarismo de facto, donde Alberto Fernández emerge como una suerte de primer ministro-presidente, que todavía tiene que construir su propio poder. Un desafío que hasta ahora ha sido esbozado en base a una trabajosa alianza con gobernadores y Sergio Massa, que a diferencia de los seguidores de Cristina, son administradores autónomos de su capital político. Es decir, Alberto no los puede mandar sin más, sino que necesitará negociar, cumplir y renegociar, con cada uno de ellos.

Entonces tenemos de un lado un bloque monolítico, con un liderazgo indiscutible y del otro una mezcla de entusiasmo y expectativa interesada, que contiene intereses muy diversos y de probable frustración.

"Alberto tiene la firma", se entusiasman cerca del candidato. Y es una realidad. Acaso la carta más concreta que tiene en el nuevo juego del poder. Posee el recurso último que destraba las decisiones del Poder Ejecutivo. Y no hay manera sostenible de eludirlo. Por eso es parte de la ecuación, que se engarza con los otros polos de poder del peronismo. Por eso la simpleza de intentar entender lo que viene en base a una tensión entre albertistas y cristinistas.

Todo indica que vamos a un mundo más complejo, multipolar pero con un planeta dominante -Cristina-, en el que el Presidente será una suerte de primer ministro, sin poder territorial pero con el control administrativo del Estado.

Un presidente que deberá transitar la articulación de los distintos polos de poder del peronismo, en un esquema de acuerdos y tensiones que sería ingenuo imaginar inmutable. Por eso, la figura de un parlamentarismo ad hoc, acaso sea más útil que la idea fácil de sobreexponer sobre la realidad naciente, la pulseada Kirchner-Duhalde.

Porque si se trata de un gobierno de coalición hay otro eje posible para la consolidación de Alberto, que acaso requiere menos voracidad peronista y más destreza política. Un eje que implicaría desmontar lo que hasta ahora vienen emitiendo los albertistas, habilitados o no, para darle una base de poder propio a su jefe. Se trata de algo tan simple como difícil de alcanzar: articular un gobierno, un bloque de poder, que empiece a resolver los problemas del país. Un desafío que implica reconocer que Cristina es la líder de la expresión mayoritaria de la nueva constelación del poder y la construcción que ubica en Alberto todas las virtudes y en ella todos los problemas, es además de maniquea muy poco práctica.