Gobierno

Empezó la transición

Dujovne se va porque el programa del Gobierno no existe más. Lacunza enfrenta tres meses que valen años.

Marcos Peña sigue siendo jefe de Gabinete. No hubo aceptación del enorme fracaso político que no sólo hundió las chances de Mauricio Macri de alcanzar su reelección, sino que además puso al borde de la desintegración a la coalición que lo llevó al poder y a su propio partido.

La derrota ha sido tan extendida que resulta más sencillo contabilizar los espacios de poder que todavía tiene chances de retener el PRO, que enumerar aquellos que posiblemente perderá. Y son muy pocos y no están asegurados: la Ciudad de Buenos Aires, Vicente López, Olavarría y una breve lista que espera el "milagro" de octubre.

Esta situación en un partido que creció desde el poder y no tiene la experiencia de resistencia que templó a fuerzas como el radicalismo y el peronismo, abre enormes interrogantes sobre la fibra que mostrarán los macristas para aguantar desde el llano la hegemonía peronista que se insinúa en el horizonte.

Waterloo amarillo

Es una situación delicada y acaso la peor herencia que el diseño de Marcos Peña le deja al país: Un sistema político muy desbalanceado, con una fuerza dominante y una oposición disminuida.

La apuesta suicida al todo o nada de una polarización de fantasía, es probable que termine en una de las elecciones más desparejas de la historia reciente, si son ciertos los datos que están trascendiendo del escrutinio definitivo que acercan a Alberto Fernández al 49 por ciento de los votos. Vaya logro.

Acaso una de las peores herencias que deja la apuesta suicida al todo o nada que diseñó Marcos Peña es una sistema político muy desbalanceado, con una fuerza dominante y una oposición fragmentada y disminuida.

Este sábado, Macri otra vez corrió detrás de los acontecimientos. En su coalición, pero también en sectores de la sociedad que lo acompañaron, consideran que si había que hacer un último cambio, este debía empezar por la salida del hombre que lo llevó a esta situación. Pero como en el fallido cambio de gabinete de septiembre del 2018, la idea de sacar a Marcos Peña paralizó su decisión.

La lógica de expulsar a propios y aliados en la búsqueda de un control tan absoluto como carente de sentido político, alimentarse de encuestas falsas y obturar el debate interno, es la lógica que alimenta el reciente paquete de medidas, es la idea que todavía se puede ganar, que quince puntos no es nada. Porque lo importante no es el signo programático -del ajuste a la tibia promoción de la demanda-, sino la sobrevaloración de la propia capacidad de manipular a los otros.

Es la lógica del simulacro del diálogo, de pedir auxilio frente a la corrida del dólar, mientras se definen en soledad medidas que drenan los recursos de aquellos a los que se les reclama "pensar en el país", o sea, en el Gobierno.

Es esa neurosis la que se los llevó puestos, que edificó este paisaje desolado que hoy es el PRO, la fuerza que iba a modernizar la Argentina con una triple victoria fundacional.

Nicolás Dujovne se fue, nadie lo echó. Porque el único cambio que hace sentido no se puede hacer. Porque hay una zona vedada en el poder, que escapa a los premios y castigos, a los resultados, a la política y en última instancia, hasta a la lógica del poder, que se abraza a un fuego que lo consume. Es un misterio.

Dujovne se va porque sabe que el Gobierno se va a despedir del último capital simbólico que le quedaba, la búsqueda del equilibrio fiscal. Macri va a terminar su mandato con una inflación cerca del triple de la que recibió, con una deuda externa multiplicada por cuatro, con una desocupación de dos dígitos, con un PBI en retroceso, con más pobreza, con menos inversiones y con un poder adquisitivo lastrado. Y ahora también, con las metas fiscales incumplidas y el acuerdo con el FMI en crisis.

Es un fracaso económico sin atenuantes. Pero el país necesita una oposición. Este debería ser un momento muy distinto. Un tiempo de juntar las piezas, de sensatez, de transición, de regresar a todo lo que se extravió en el camino: la política, la apertura, la sencillez. Y en ese sentido, acaso la llegada de Hernán Lacunza ofrezca una última oportunidad, si en el estrecho margen de maniobra que aceptó, logra imponer en tándem con Rogelio Frigerio la lógica de diálogo de la política bonaerense.

Porque llegó la hora de descomprimir. Y no hace falta ser buzo para entender lo que les pasa a aquellos que saltean las paradas de seguridad.