Brasil

Tropa de elite

El triunfo de Bolsonaro y Trump expone los límites del progresismo, que dejó afuera de su retórica una inmensa masa.

Brasil y el caudal de votos de un candidato al que presentaban como impresentable, acomoda la certeza de que hay un límite corrido. En los dos grandes países del largo continente que va de Alaska a Tierra del Fuego obtuvieron triunfos líderes que se presentaron básicamente como anti elite y anti "progresistas". Parece la Internacional de la Asociación Nacional del Rifle. Aunque el "fenómeno Bolsonaro" se produce en un Brasil mucho más crudo y policial y tuvo una primera condición para este triunfo parcial que es ineludible: la prisión de Lula y la transgresión institucional que derribó a Dilma. Bolsonaro sería un "Trump" en la sociedad más desigual del mundo.

Para nuestra región queda una pregunta: si vivimos una década de gobiernos que quisieron "corregir" las desigualdades, ¿ahora viene la década de gobiernos que quieren defenderlas? La lenta velocidad igualitarista versus la rápida violencia social y delictiva que "demanda" acciones ya. Lula también quiso entrar con uniformados a las favelas a conquistar el desierto, bajo la sensata conclusión de que no se puede gobernar para todos los derechos a la vez.

Esta "democracia de segmentos" también enseñó a los gobiernos anteriores de la región de que el uso de la palabra "Pueblo" fue demasiado recortado al propio sujeto representado. ¿Quiénes son "el pueblo"? Quedó afuera de su retórica una inmensa masa de personas que no se sintieron ni tan interpeladas por las políticas de "bienestar" estatal, ni sujetos de derechos de minorías, y que tampoco son "los ricos". Se alentó el consumo pero se peleó con el deseo de los consumidores. Dicho mal y pronto: ¿qué hace la izquierda con los "no discriminados"? También, en simultáneo, la emergencia de este anti progresismo es natural: si donde hay una necesidad hay un derecho, donde hay un derecho hay una reacción. A la vez, los discursos de seguridad, criticados por su sesgo clasista (reducidos a que las clases altas quieren elevar sus muros de protección), en realidad pegan en todas las clases. Hace pocos días se condenó a seis prefectos que en agosto de 2016 torturaron a dos jóvenes en una villa de Barracas, uno de los cuales tenía 15 años. Entre 8 y 10 años les dieron y fue una condena ejemplar. Ahora bien, ¿qué pasa si se plebiscita la presencia militar en esa villa? Arrasa el sí. Eso lo saben los curas villeros, una orden del clero que es una máquina de pedir presencia estatal. Y lo saben los seis ex prefectos.

Algunos llaman a Bolsonaro populista, poniendo el énfasis en una categoría simplificada (si es "anti elite", si divide entre "nosotros y ellos"). Ergo: populista puede ser cualquier cosa, es un formalismo. Puede haber neoliberalismo populista o populismo distribucionista o populismo punitivo, y así, algo intercambiable siempre que se cumplan las reglas formales de distinguirse contra quien ostenta el monopolio sobre algo en lo que es necesario ahorrar mediaciones. En un artículo de agosto pasado en revista Panamá ("Jaque al PT"), la politóloga Lucila Melendi escribió: "Sin Lula y con índices de violencia en aumento, el norte de Brasil se divide. En el estado de Pará, por caso, son muchos los que dicen que si no pueden votar por Lula votarán por Bolsonaro. Hay racionalidad en el argumento: ?Lula es el tipo que me protege. Si no lo puedo votar, votaré a Bolsonaro, que es el que me va a dar armas para que me proteja yo'". Armas para el pueblo, como decía Bombita Rodríguez.

Imposible adaptar el "fenómeno Bolsonaro" a un giro que en Argentina, en parte, ya habría ocurrido y con votos, y que incluso mostró su límite, su choque con la realidad (una economía desplomada). Con todas las diferencias del caso, Cambiemos no ahorra un peso en su verdadera obra pública: la guerra del orden. Su "populismo". Aunque sea foquista, la desarrolla en simultáneo al visto bueno que pueda dar en discusiones sobre derechos civiles. A la vez también debemos siempre contextualizar el modo en que se coordinan las tendencias regionales. Se explican más en su particularidad. Los anteriores gobiernos de Brasil, Ecuador, Argentina, junto a los de Uruguay y Bolivia (donde persiste Evo y el FA) se explicaban en la extrema singularidad de cada uno de los países. Fue un reformismo de adentro para afuera. No seguían "el modelo cubano". Ni siquiera "el modelo venezolano", aunque se los endilgaran. No le pedían línea a Fidel, aunque se retrataran con él. Y quizás en esa misma particularidad estuvo el límite de la integración regional que nunca trascendió demasiado la sobremesa política de amistades presidenciales. Todas economías competitivas más que complementarias. Distribución y boom de los commodities. Ahora, en lo que llaman "la era del pos-crecimiento" (o la era del ponele "pos" a todo), renace una política anti elite, espalda con espalda, y a defender lo que tenemos, lo mucho, lo poco, lo que recolectamos, pero lo que es mío. Algo de esto se vino expresando desde 2013 primero con Massa y luego afinó Cambiemos, aunque en un giro que descuidó mucho más el proteccionismo económico y que volvió casi imposible la ecuación entre una política para el hombre común y una economía para el hombre común. El famoso: "nos integramos al mundo pero el mundo no estaba" de 2016 (implicó que el talón de Aquiles del modelo amarillo paradójicamente fuera... el frente externo). Y ciertos tics hacia lo outsider de la política. Como dijo el sociólogo Ricardo Sidicaro: en Argentina la anti político echó más a los partidos que a los políticos. Desde 2001 todos quieren tener una pata afuera del sistema político, aunque inocultablemente vengan de él. No hay "éxito" en políticos de palacio puro. A los consumidores de política nos encantan los hombres de estado, pero la sociedad los freeza. Cristina, Massa, Macri, todos quisieron decir siempre más que vienen de "afuera". Aunque difícil encontrarlos en una galería de fotos sin chofer. De hecho, Bolsonaro es diputado hace 20 años. Es un outsider de la posverdad, no se refrenda en su biografía. Lo preguntó Fantino cerca de la 1 de la mañana una noche pasada: "¿son candidatos anti sistema o el sistema ya es este?".

Si se toman en serio las notas "científicas" que publica Jaime Durán Barba se puede resumir su pedagogía en que el poder en el siglo 21 es horizontal, que vivimos el fin del macho alfa y el Mesías totalitario. Pero si levantás la vista y mirás el mundo ves a Putin, Trump, el PC chino, Merkel y Bolsonaro. Trump parece el primer presidente de Estados Unidos en mucho tiempo que quiere ser sólo presidente de Estados Unidos y no un líder universal. Y el gobierno de Cambiemos (del que Durán Barba es su jefe teórico) no sólo es un aliado regional de Trump sino que además lógicamente pudo haber preferido el triunfo de Bolsonaro.

Si gana, ¿se tratará de un defensor corporativo de las FFAA pero privatizador? ¿Será obrerista y proteccionista fronteras adentro como Trump? ¿O como escribió Alejandro Galliano: "políticamente autoritario, culturalmente plebeyo y económicamente neoliberal"? Las críticas subrayaron su visión de las minorías, de los derechos, del rol de las fuerzas armadas, su reivindicación de la tortura, su espasmo militarista, colocando en él la imagen de un conservador sólido vestido de outsider, y se borronearon las certezas sobre su economía, a pesar de que está rodeado de Paulo Guedes, un "chicago boy".