Editorial

No es una sorpresa

La corrida del dólar desnuda una crisis más profunda, de construcción política y programa económico.

Macri se aferró a un par de conceptos básicos para estructurar su acción de gobierno. No se tolera superministro que opaque o discuta, tampoco el ajuste necesario sino el posible y la meta es reelegir. Ese es el plan real del Gobierno. Y ese plan es el que está en crisis, por motivos largamente enumerados en este y otros espacios.

La corrida del dólar, como unas semanas atrás la embestida opositora por tarifas, encuentra al Gobierno fuera de estado. Aferrado a sus ideas fuerza, sin más reacción que soportar la tormenta hasta que pase, hasta que llegue el momento soñado de regresar a los timbreos y Facebook, cuando la maquinaria del PRO se encienda y brinde lo mejor de si. Claro, en el camino se cruzó la turbulencia internacional. Un imponderable. Entonces, nada. Que aguante Sturzenegger como pueda. Problema resuelto.

Es música para camaleones bien alimentados. Destacados economistas que tuvieron cargos importantísimos en este Gobierno, como Carlos Melconian y Alfonso Prat Gay, se cansaron de marcar con precisión los riesgos que se incubaban por no armar un programa económico articulado, y elegir jugar a la política, pateando para adelante el momento de entrar al nudo de los problemas. Acá no hubo sorpresa.

Estaba tan claro que Trump iba a subir la tasa -de hecho lo dijo-, que Caputo anticipó a principios de año, toma de deuda por 9.000 millones de dólares. Sabía lo que se venía. Pero claro, como no hay jefe en el área económica, nadie se preocupó por articular el traslado de esa jugada preventiva, a otras áreas de posible impacto. La idea new age que Argentina va a estar buenísima, reformulación de country del condenados al éxito duhaldista, se revela al fin, insuficiente. 

El peso resultó por lejos la moneda más castigada entre los emergentes, que hace días ya empezaron a dejar la turbulencia atrás. La reiteración de cimbronazo global como justificación de todo lo que no se hizo es eso, una justificación.

La idea new age que Argentina va a estar buenísima, reformulación de country del condenados al éxito duhaldista, se revela al fin, insuficiente.

Macri tiene que reinventar su Gobierno, más aún, tiene que descartar sus certezas. Y hay enormes interrogantes en el mundo político y económico sobre si tendrá la capacidad de sobreponerse a la frustración, para mirar desde afuera lo que ocurre y hacer lo que hay que hacer. Caiga quien caiga. Después de todo, son funcionarios y se pensaron -también- para eso: su reemplazo inmediato en caso de necesidad.

La renuncia anticipada de Emilio Monzó fue una carga de profundidad que -como casi siempre- la Casa Rosada subestimó. Con su salida, Macri limita sus opciones, cuando está en una situación que debería llevarlo a ampliarlas. Monzó es la línea de acuerdo con el peronismo racional, para ampliar la base política, para afrontar el ajuste. La Casa Rosada casi festejó su salida, como quien se quita un pensamiento molesto.

Es al revés, lo que hace falta es desafiar unas convicciones que ya dan señales de agotamiento. La homogeneidad puede ser confortable, pero si no se traduce en un rumbo exitoso, es peligrosa. Adormece. Y la Argentina no es un país para estar distraído.

En su licuación de la referencia económica, Macri se quedó sin voz autorizada para intervenir sobre el mercado, cuando más la necesita. Marcos Peña intenta ocupar ese lugar, pero no es un público que se deje encandilar por frases bien articuladas. Dujovne cayó bajo fuego amigo y Sturzenegger lo sufre en este mismo instante.

Mientras el presidente del Central lidia -inseguro-, con la peor corrida de los últimos quince años, un funcionario de la Jefatura de Gabinete que se llama Vladimir Werning, protegido de Mario Quintana, se dedica a llamar a hombres claves del mercado para detallar sus críticas a la intervención del Central. Con la misma displicencia, festejan que ahora sí, Vidal cayó fuerte en las encuestas. En efecto, están bailando sobre el gradualismo.

La reelección como único programa innegociable, acaso puede ser una buena idea en un país ordenado, o al menos, con la macroeconomía ordenada. Pero en una Argentina que arrastra inconsistencias de compleja resolución, supeditar la acción de Gobierno, su discurso y su organización interna al objetivo electoral, fragiliza porque posterga. Si además, se cree que se es parte de una generación que encontró las respuestas simples que nadie vio, la situación se agrava porque dificulta la corrección. Ni santos ni iluminados. 

Lo que está en juego, es mucho más que el 2019 y el deseo de cuatro años más.