inflación

Frente a las expectativas, el gran vencedor siempre es la realidad

Luego de dos años de metas de inflación incumplidas, los datos del primer trimestre arrinconan las posibilidades de cumplir la de 2018.

Sin duda, una de las preocupaciones más grandes del Gobierno son los inaceptables niveles de inflación, dando cuenta de que la batalla contra el aumento constante de los precios está aún muy lejos de ganarse.

Las historia de desamores entre los datos de la realidad y las expectativas comienzan allá por mediados del año 2015 cuando el futuro presidente de todos los argentinos minimizaba en diversas declaraciones públicas la fortaleza de la inflación a punto tal de considerarla uno de los objetivos más fáciles de cumplir. En caso de ganar las elecciones de octubre de ese año, la pulverización del aumento de precios que venía sufriendo la economía argentina desde el año 2002 seríará pidamente lograda por su equipo económico.

La historia continuó en enero de 2016, cuando en plena conferencia de prensa y luego del levantamiento del cancerígeno cepo cambiario, quien fuera en aquel momento el encargado de encauzar el completo desaguisado que transitaba la economía argentina, anunciaba que la inflación para todo 2016 sería de un 25%. Lo cierto es que nuevamente los hechos pusieron a las expectativas muy por detrás de la realidad: la inflación en el 2016 rozó el 40%, más de 15 puntos por encima de lo anunciado doce meses antes.

El traspié durante el año 2017 no sería muy diferente a los dos primeros tropezones: las metas de inflación por parte del oficialismo se situaron en el 17% y, a medida que corría el año, el propio Gobierno tuvo que rectificarse y declaró que esa meta era meramente "indicativa" y que la inflación para todo el año rondaría el 20%. Una vez más la realidad: el año 2017 culminó con un nivel de inflación en torno al 24,8%.

Para este año, la inflación prometida por los altos funcionarios ha sido de 15%, y como si fuese hecho a propósito, una vez más la realidad los dejó en falso: el primer trimestre del año la inflación superó cómoda el 6%, proyectando que la meta autoimpuesta por el Gobierno se superaría entre los meses de septiembre y octubre, dando por resultado una inflación esperada en torno al 20%. Está claro que si se toman siempre los mismos caminos, el destino será también siempre el mismo.

La laxitud en el manejo de la Política Monetaria y el elevado déficit fiscal que tiene como lastre la economía argentina son algunos de los enemigos principales con los que convive la economía nacional y que no le permiten mostrar grandes avances en su lucha antiinflacionaria. La política monetaria dio muestras (especialmente desde el último 28 de diciembre cuando el Banco Central aceptó que se corrigiera su meta de inflación en virtud de las necesidades políticas) de la falta de jerarquía e independencia de la que dispone la autoridad monetaria para generar la confianza suficiente que necesita el mercado. Pocos son los que aún creen en que el Banco Central tendrá la independencia suficiente para reposicionarse detrás del manejo correcto de las variables monetarias y no volver a ser manoseado por la casta política.

Por otro lado, el déficit fiscal. Ese verdugo que nadie quiere tener consigo pero que nadie se anima a aniquilar antes de que sea demasiado tarde. El Estado Nacional gasta algo más de $600.000 millones extra por año por encima de sus posibilidades y, en el mientras tanto, demanda más y más emisión de deuda, lo que retrasa el tipo de cambio, empeorando nuestro nivel de endeudamiento y distorsionando las variables macroeconómicas. Y consiguientemente, también exige más y más emisiones de pesos por parte del Banco Central en virtud de poder cubrir sus gastos corrientes.

Así y todo, las promesas por parte del equipo económico siguen más vigentes que nunca: se renueva el compromiso y se espera terminar con la inflación -o al menos que ésta se sitúe por debajo de los de dos dígitos- para el año 2019. En paralelo, los esfuerzos del Gobierno seguirán para que en los próximos cinco años la brecha entre gastos e ingresos públicos se achique hasta eliminar el déficit fiscal y con ello llevar a la Argentina a ser de una vez por todas, un país que deje de depender del crédito que le otorgue el mundo para cumplir con sus obligaciones.

Promesas, expectativas o realidades, lo cierto es que dentro del desequilibrio macroeconómico que existe en la Argentina, solo podemos bregar porque las expectativas de una vez por todas dejen de ser simplemente un acto de fe y se conviertan en resultados concretos, para tener una Argentina con crecimiento, empleo y menores niveles de pobreza; pero, por sobre todo, un país de realidades.