Gobierno

Ajuste y orden

El gobierno de Macri ingresa en la zona dura del postergado ajuste. Falta política y sobra policía.

El gobierno de Macri ingresó en una etapa crucial para darle sustentabilidad al proyecto político que encarna. El crecimiento exponencial de la deuda externa y la masa de Lebac que emite el Banco Central para esterilizar su impacto monetario marcan un horizonte muy claro al gradualismo.

Macri ya reconoció que el corazón de su mandato pasa por ajustar el enorme déficit fiscal que heredó del kirchnerismo. Postergó el abordaje de ese problema hasta pasar el filtro de las elecciones de medio termino, entendiendo que si anticipaba el ajuste las iba a perder y entraría en crisis grave como le ocurrió a De la Rúa.

Pero el tiempo se acabó. El diseño del ajuste es sencillo: Eliminación de subsidios energéticos y reducción del gasto del sistema de seguridad social. Macri tiene una mirada de ingeniero para enfrentar problemas complejos: Si el grueso del déficit pasa por esos dos rubros, ahí se aplica el recorte.

No hubo en el gobierno una apertura a discutir caminos alternativos para la corrección del gasto, que salvo el kirchnerismo y la izquierda, la gran mayoría del sistema político entiende que es no sólo inevitable, si no necesario si se quiere evitar un nuevo fracaso de primera magnitud.

Este esfuerzo de normalización macroeconómica se mezcló mal con la otra gran promesa del macrismo: la restauración del orden público, entendido en sentido amplio. Es decir, desde los piquetes hasta el narcotráfico.

La propuesta del macrismo a esta altura ya es clara y tiene cuatro ejes:

- Normalización macroeconómica y recuperación del crecimiento.

- Restablecimiento del orden.

- Combate a la corrupción.

- Obra pública y modernización vial, energética y del transporte.

El inconveniente surge, por momentos, en la manera en que se combinan los tres primeros postulados y como se articula la política para alcanzarlos. El cuarto punto tiene un consenso social absoluto, luego de la pésima gestión en esa área de Cristina Kirchner.

El ruido de fondo es evidente. Si el combate de la corrupción muta en persecución y encarcelamiento de opositores y deja afuera a oficialistas y empresarios estamos en problemas. Si la búsqueda del orden público da pie o parece habilitar intentos de restringir el derecho a la protesta y hasta el trabajo de la prensa, también.

Es tan ingenuo ignorar la búsqueda de desestabilización de kirchneristas acorralados por la justicia, como peligroso no registrar que un paso de más en la represión puede tirar todo por la borda.

Macri creció y alcanzó el poder gracias a una exitosa polarización con el kirchnerismo, que barrió a propuestas intermedias. Ese éxito explica en buena medida los aspectos más disfuncionales del modelo en curso.

Así como el macrismo apela a trolls voluntaristas y fabricados para intoxicar la discusión en las redes y deslegitimar las críticas, hace un tiempo que empezó a desplegarse un discurso del orden que emparenta cualquier protesta con un intento de sedición. Y de hecho, suelen combinarse ambos dispositivos, que se terminan retroalimentando.

Esta dinámica tóxica alcanzó un pico en la batalla del Congreso de este jueves, gracias al aporte del kirchnerismo, que en este mecanismo de construcción simbólica, fue el predecesor ideologizado, mas político y menos profesional del macrismo.

Es tan ingenuo ignorar la búsqueda de un marco de desestabilización de algunos dirigentes kirchneristas acorralados por la justicia, como peligroso no registrar que un paso de más en la represión puede tirar todo por la borda. Sin olvidar que en estas refriegas el Gobierno casi evaporó todo el efecto triunfo electoral, que hasta ahora no ha logrado capitalizar con la sanción de ninguna de las reformas propuestas.

El amplio despliegue de cuatro fuerzas federales que militarizaron el centro de la Ciudad, ofreció el marco perfecto para que ambos polos desplegaran su relato: orden o caos, represión o golpe, ajuste o justicia social. El problema es que esta lógica construye una conversación pública muy distorsionada, que escala al extremo de comparar a Macri con la Dictadura y del otro lado, encuentra a destacados líderes de opinión pidiendo la prisión de opositores por hacer lo que hacen los opositores: oponerse al oficialismo.

Lo que se extravía en el camino es todo aquello que Macri y su gabinete dice admirar: Un país templado, abierto, moderno y democrático, que entiende que es tan importante garantizar el orden público como evitar los desbordes represivos de las fuerzas de seguridad.

Se puede rastrear en los orígenes porteños del macrismo, en la represión por el desalojo del Borda y la fallida UCEP que buscaba recuperar los espacios públicos intrusados, un ADN de apelación a intervenciones fuertes de la policía para zanjar situaciones complejas. Aquellas experiencias no terminaron bien.

La idea de la imposibilidad de concretar un ajuste sin un mando policial enérgico que se maneje un poco más allá del borde, sugiere cierta pereza o ausencia de músculo político, para conducir el conflicto social que genera un proceso de reestructuración macroeconómica. 

El gradualismo los trajo hasta acá. Es sencillo acordar con la oposición cuando se trata de otorgar reparaciones históricas a los jubilados o abrir la ventanilla para que vuelva ser posible endeudarse. Ahora lo que está en juego se parece demasiado al inicio real del gobierno de Macri, el momento en el que se verá con toda claridad su fibra de líder.