Radicalismo

Angeloz, el mejor rival de Alfonsín

El ex presidente lo usó para extender eternamente su liderazgo, al colocarlo en el lugar del radical de derecha.

De sus últimos años voy a recordar que la delgadez le pronunció la dentadura, anticipando, en esa desfiguración, la calavera que todos escondemos. Esto debe hacer reflexionar a aquellos que quieren vencer el paso del tiempo instalándose comedores estilo Susana Giménez para que elijan al mejor taxidermista para sus prótesis.

De los años anteriores, sus años al fin y al cabo, al efecto de la cosecha histórica, recuerdo su sociedad generacional con Bernardo Neustadt para la vulgarización del Consenso de Washington, del cual seguramente no tenían idea, pero esa es exactamente la idea con esos consensos. Sin correrlo por izquierda, se puede registrar que aportó a la cuestión jamás saldada o concretada del todo de modernizar el Estado y de transformar a la Argentina en un supermercado del mundo que agregue valor a sus materias primas. El quería meter a la vaca dentro de una lata y exportarla así, desmenuzada, hecha picadillo.

Después de perder con el 37 por ciento de los votos, 4 más que los que obtuvo Macri, y 34 más que los que obtuvo Sanz en 2015, y tras la caída del gobierno de Alfonsín en el inolvidable 1989, el ex presidente lo usó para extender eternamente su liderazgo partidario, como un dirigente del PCUS, al colocarlo en el lugar del radical liberal, de la derecha. Y puso a los más jóvenes a cantarle: "por el ruso, por Amaya, la derecha que se vaya". El ruso fue el desaparecido radical, y el otro murió en la cárcel de Devoto. Lo tácito era que tanto el llamado Ruso como Amaya querían el socialismo nacional, y por ello, la derecha de Angeloz debía emigrar del partido y quién sabe, fundar el Pro. Nada de eso pasó, aunque pasó todo. Se fueron los votos, se quedaron los dirigentes.

Angeloz fue carne azul colgada en la heladera recién a mediados de los noventa, cuando algo pasó con él y con su entorno, un desbarajuste, una pérdida de brújula, y quedó asociado a lo confuso, al crimen y a la malversación. Si este no fuera un país absolvedor, seguramente su absolución habría cotizado más. La inocencia no le valió enteramente la honra ni la solidaridad de sus correligionarios que lo echaron a la banquina.

Como a tantos mayores, lo que lo puso 0-40 fue una fractura de cadera, la comorbilidad, y ahí fue. Hoy, con su muerte, es largamente reivindicado por todos, en general con pobres argumentos: la consolidación de la democracia, el federalismo, cualquier cosa bah; con poquísimo esfuerzo por destilar algo superior. La mayoría de los deudos virtuales se cubre las espaldas, supongo: preferirán que se los recuerde de cualquier manera que luzca amable antes que haber pasado una vida entera reteniendo la orina en reuniones apesadumbradas y sin resultados siquiera póstumos.

El Hércules que suelta los muertos de la vieja política pasó de nuevo.