economía

Nadie quiere cambiar

Los grandes desajustes de la economía se perpetúan por la negativa de toda la sociedad a ceder un beneficio en el corto plazo en pos de un mejor futuro.

Todos sabemos que Argentina no puede continuar con determinadas cuestiones indefinidamente. Y no me refiero al modelo gradualista elegido por este Gobierno para recorrer el camino de la normalización. Tampoco me refiero al populismo enfermo enquistado por el Gobierno kirchnerista. Menos aún a los gobiernos radicales o al gobierno menemista. Ni siquiera a los oscuros gobiernos militares. Sino que me refiero más bien a la responsabilidad que tuvo cada uno de los integrantes de la dirigencia política que ha guiado los destinos de la Argentina a través de las décadas. Éstos políticos que nos han inmerso en una crisis cultural, social y económica que costará una o tal vez más generaciones poder revertir.

Gastamos más de lo que tenemos. Subsidiamos a quienes no tenemos que subsidiar. Perseguimos al policía y no al delincuente. Queremos ajuste pero no tenerlo que pagar. Queremos un futuro que no construimos. Queremos más, haciendo siempre lo mismo. Parte de la inconsistencia intelectual de la sociedad argentina parte de la base en la cual todos estamos de acuerdo en el diagnóstico pero nadie está dispuesto a pagar por los medicamentos que curan la enfermedad.

A esta altura no se si responsabilizar al gradualismo, al populismo o directamente a la vagancia. Incluso tal vez exista alguna otra causa que no logramos visualizar. A veces incluso pienso en que somos todos responsables directos. Lo cierto es que las últimas cuatro grandes crisis (Rodrigazo, Martinez de Hoz, la hiperinflación alfonsinista y la crisis del 2001) fueron consecuencia de elevados déficit fiscales, elevado endeudamiento externo y/o de brutales emisiones monetarias que terminaron en un proceso de inflación descontrolada, cesación de pagos y destrucción de capital. Aunque la consecuencia real y más cruel siempre ha sido la misma: un aumento sostenido de la pobreza hasta llegar hoy a rozar al tercio de los argentinos. Doce millones de personas que hoy no tienen todas sus necesidades satisfechas, o no se alimentan, o no se educan o no viven dignamente en algún otro aspecto humano.

Gran parte del aprendizaje tiene su esencia en la base de la experiencia, aunque parece que ésto no se aplica al caso Argentino. Décadas destruyendo riqueza, hundiendo el PBI per cápita, pulverizando el nivel educativo y generando cada vez más pobres, y a pesar de todo nos cuesta cambiar.

Nadie puede subsistir mucho tiempo gastando de más, y el Estado no es la excepción. La presión impositiva récord tiene como única contrapartida una estructura pública ineficiente y destructora que no nos brinda más que una salud de mala calidad, una educación mediocre, una seguridad insegura y una justicia injusta. Se oprime al sector privado, generador único de riqueza con impuestos que solo brindan improductividad y falta de desarrollo social y económico. Solo generamos falta de empleo, de crecimiento, de inversión y de desgano.

Todos queremos resolver esto, pero nadie está dispuesto a sacrificar nada. Ni la política pretende dejar de gastar, ni las más de veinte millones de personas que viven directa o indirectamente del Estado están dispuestas a perder un solo céntimo de sus beneficios. Tampoco queremos que nos quiten nuestras facturas de servicios públicos con precios internacionales irrisorios y menos aún que achiquemos la nómina de empleados públicos, esos empleados que en buena parte no tienen más que hacer todos los días que gastar recursos públicos, sin producir siquiera un nivel de ausentismo nulo.

Es momento que como argentinos decidamos realmente llevar a cabo un cambio que permita de una vez por todas posicionar a la Argentina entre los países del futuro, futuro éste que solo se logrará con la decisión conjunta de todos, teniendo como horizonte único el crecimiento, la productividad y el desarrollo sostenido, transformando una sociedad mediocre en un futuro de oportunidades a través de la educación y el esfuerzo no permitiendo nunca más, todo lo que nos hemos permitido hasta ahora.