INUNDADOS

La inexplicable reclusión santacruceña de Néstor Kirchner frente al desastre de las inundaciones.

Por Ignacio Fidanza

Tres ministros y un vicepresidente en alegre caravana de campaña por la ciudad de Buenos Aires, aplaudidos por punteros rentados en un profundo viaje a la degradación política. Un presidente clandestino que no termina de dar certezas sobre su destino, por miedo a las protestas de maestros y empleados públicos. Una Casa Rosada de luces apagadas y computadoras dormidas, consecuencia obvia de funcionarios que no quieren perderse las ventajas de un lluvioso fin de semana largo.

Se cumplen 25 años de la Guerra de Malvinas y el gobierno, más descerebrado de lo habitual, se sumerge en polémicas prefabricadas –una vez más- por los derechos humanos; en la voracidad electoral; en los negocios inexplicables; incapaz de ver el espectáculo trágico de su propia ineficiencia: el tenaz despliegue de las aguas sobre decenas de miles de argentinos que perdieron lo poco que tenían.

Lo más grave no es la corrupción que cruza las dependencias burocráticas del inmenso Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios. Lo imperdonable es la certeza de su inutilidad, salvo que se crea que ese amplio reparto de poderes y presupuestos tiene como único objetivo concentrar poder político y económico.

¿Alguien vio al ministro Julio de Vido en la inundada Santa Fé? ¿En Rosario? ¿En Gualeguay? ¿En Santo Tomé? ¿En Paraná? ¿En Victoria? ¿En Diamante? ¿En alguna de las decenas de poblaciones del este de Córdoba, del interior bonaerense o santafesino, que sucumben bajo el agua?

Las bombas de extracción nunca llegaron o cuando llegaron no funcionaban; sólo un 43 por ciento de las rutas argentinas son transitables; los puentes se caen; y este gobierno que se atribuye vocación desarrollista, sólo parece eficaz a la hora de cerrar negocios que garanticen el nuevo tótem: La Caja, para repartir y guardar.

Los miles de millones de dólares de reservas del Banco Central, el superávit fiscal "record", el infinito Presupuesto, al parecer no alcanzan para financiar algo tan simple como un plan de obras que eviten las inundaciones, que cíclicas y previsibles, sólo pueden sorprender a funcionarios que nunca deberían haber llegado al cargo que ocupan. La desidia criminal es apenas otra cara de la corrupción.

Más de 60 mil evacuados, al menos 12 muertos, 3,5 millones de hectáreas bajo el agua, ciudades aisladas, caminos destruidos, puentes desmoronados. Gente sin agua potable, sin techo ni cama, sin alimentos; más de 600 bebés a la intemperie, familias enteras como pasto de saqueos, especuladores y enfermedades. Inundados. Abandonados.

¿Y el presidente Néstor Kirchner? Muy bien, gracias, mucho gusto. Disfruta de su mansión en la exclusivísima y dolarizada localidad de El Calafate, con vista al glaciar Perito Moreno, rodeado por las casas de sus amigos, funcionarios y alcahuetes de ocasión, a quien el 2000 encontró unidos y millonarios.

¿Crear un comité de crisis? ¿Suspender toda actividad proselitista y poner al gabinete entero a trabajar? ¿Movilizar las fuerzas armadas, Gendarmería, Prefectura, todos los recursos del Estado? ¿Utilizar la cadena nacional para enviar un mensaje a las víctimas? No, eso mejor reservalo para las cosas verdaderamente importantes como el sucuestro de Luisito Geréz. Después de todo, ¿Para que hacer algo extraordinario si ya está allí la buena de Alicia, repartiendo colchones y promesas? ¿Acaso no es suficiente?

Ninguna emergencia merece interrumpir el necesario descanso presidencial. Hay muchas cosas en que pensar: si es pingüino o pingüina, como destruimos a Jorge Telerman, que hacemos con Danielito que otra vez se está subiendo al caballo, como tapamos estas incómodas molestias de Skanska y Greco, como nos quedamos con YPF, como aniquilamos de una vez esa protesta absurda de los maestros de Santa Cruz; una buena, el Casino ya está. No todo anda mal en la tierra del Presidente.

Son hombres duros. Salvajes. Implacables. Quieren todo a cambio de nada. Las descripciones habituales, que disimulan cierta admiración, se pueden pegar como etiquetas adhesivas, en cualquiera de los integrantes de la primera y la segunda línea del gobierno.

¿Y para que les sirve todo ese poder? ¿Todos esos millones encanutados, esas empresas colonizadas, esas voluntades domesticadas? ¿Para qué, si cuando llega la hora de desplegar todo ese capital, de dar las peleas que de verdad importan, se esconden en el silencio, en la cobarde ausencia?

Todavía no es demasiado tarde. Tal vez exista aún un alma caritativa que en la paz de la siesta patagónica, se atreva a interrumpir el descanso del Presidente y le acerque ese consejo que le está faltando: Presidente fijese, tomese un minuto, trate de ponerse en la piel de esos argentinos que resisten con el agua al cuello, porque resistir es lo único que les queda.