Cambiemos

Carrió y Macri, el corazón de la nueva dialéctica del poder

La diputada ensaya con el Presidente un minué de silencios y denuncias que va modelando el poder.

Es acaso la dirigente más interesante y compleja de estemomento histórico. Mientras la cúpula del Gobierno se zambulle en lapolarización con el kirchnerismo, Carrió elude la tentación fácil de pegarle aCristina cuando está en el suelo -faena menor que le regala a Stolbizer- y vapor el poder real: el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti. Nuncamenos.

Carrió, la loca, la mujer con los patitos desalineados, laeterna víctima de la cama solar, la platinada furiosa de túnicas y crucifijos-hoy moderados-, pelea en la franja alta del poder, donde el aire apenas llega: Transita entre Macri, el Papa Franciso y Lorenzetti. Se distrae un poco pararecibir a Vidal, Larreta o Monzó y jugar a las escondidas con la ansiedad desus interlocutores y vuelve a las alturas. Sale y entra de la Justicia, del Congreso, de lo electoral.

Con casi nada de poder en términos de acumulación primitivade cargos y territorios, tiene en un puño a toda la coalición oficialista, quecontiene el aliento esperando que anuncie en que distrito va a jugar: Si esprovincia de Buenos Aires explota todo, exageran. Pero no hay nadie en elGobierno desplegando una estrategia para evitar ese final no deseado. Miedo ydeseo. Nada más.

Elle le fija los límites al Presidente, no al revés. Ella decide qué es negociable y qué no. Pero no hay jefes en esa relación dialéctica que hasta ahora ha sido constructiva, en términos de poder. Reconocen límites, pero los fuerzan.

Ella le fija límites al Presidente. No al revés. Ella decidequé se negocia y qué no. Lorenzetti no es negociable. Angelici tampoco. Losconflictos de interés de Macri, sí. Los chanchullos de Quintana, depende. Sudesprecio hacia Durán Barba, no. Y así va tejiendo un cerco. Con el Presidenteadentro. No está claro cuándo le hace más daño, si cuando lo defiende o cuandolo cuestiona. En rigor, son hebras de distinto color, de la misma madeja que varodeando la Casa Rosada.

Con mucho coraje, algo de intuición y sobre todo,inteligencia, esta Carrió supera su mejor versión. Logró lo imposible, esoficialista sin cargos pero con algo mucho más importante, poder de decisión. Yesa es la belleza de la historia: Carrió va desplegando una clase pública dealta política, para los CEOs enamorados del organigrama. Foucault lo viodécadas atrás, el poder ya no se encuentra en una ubicación -el trono, el Sillónde Rivadavia-, sino en el cruce exacto, en permanente mutación, de una redrelaciones, posicionamientos y tensiones. Es una situación estratégica que nose posee, que hay que reinventar cada mañana.

Vigilar y castigar es ejercer el poder. Lilita vigila ycastiga. Elije los tiempos y las víctimas. Y la lógica que signa ese devenir noes la búsqueda de la Justicia -eso es lo atractivo del proceso-, sino laconstrucción de un poder, que ahora, da la impresión, utiliza para construir unmodelo de país más que para demoler. Es su manera de entender el oficialismo.Como un bisturí que corta aquí y allá para modelar un cuerpo más hermoso, nopara matar.

¿Y dónde deja esto a Macri? Hay que reconocer que elPresidente viene bailando con una sutileza inesperada el minué que le proponela diputada. Se deja flotar con un pragmatismo implacable, aún a costa de permitirque la marea arrastre a socios confiables y leales de años, como Angelici. "Mauriciollegó a la conclusión que le sale más barato entregar al Tano que pelearse conLilita", analizan resignados, en términos de sociología del poder, cerca delpresidente de Boca.

La pelea con Lorenzetti escala esa puja menor al primernivel del conflicto institucional. Silencio. Un eventual desembarco en laprovincia de Buenos Aires, añadiría el peso del territorio, de millones devotos, a la inteligencia que ya despliega en su capacidad de condicionar. Devetar. Una pesadilla.

Sin embargo, lo que ocurre es aún más interesante, Carrió y Macri mantienen desde aún antes de la creación de Cambiemos una dialéctica que hasta ahora ha sido constructiva. Se usan, como todos en política, pulsean y de esas tensiones surge algo nuevo. No se obedecen, pero reconocen límites, que fuerzan. Detenerse en el organigrama es perderse lo importante, no es importante quien debería mandar, sino quien lo hace. En el fondo es simple: El poder lo tiene el que lo ejerce. Es respecto a ellos, una pregunta abierta.