Ciudad

Manteros o el PRO al desnudo

Once es el teatro de operaciones del experimento PRO, con un dilema: ahora lo que tiran afuera les cae a ellos.

La urbanización de las villas, la guerra a los manteros o la fusión de la Federal con la Metropolitana, parecen señalar que el PRO se decide (después de 8 años) a gobernar la ciudad en el sentido más completo. ¿Cuáles fueron las “virtudes” y “defectos” del PRO en sus ocho años de gobierno de la ciudad? Cuidar lo público en detrimento de lo estatal. Cuidar lo público para quienes gozan la ciudad o se transportan por ella (parques, bicisenda, metrobus, teatro Colón, por nombrar cosas) y descuidar la ciudad para los que la necesitan (los que precisan el Estado para curarse, educarse o tener techo).

Un gobierno que hacía obras y ensayaba su flotación en el marco de un gobierno nacional peronista que daba contención a los que excluía de la ciudad. Ahora el PRO atiende los dos lados del mostrador sin contrapesos: es CABA, es PBA y es Nación. Ahora lo que tiran afuera les cae a ellos mismos. Ahora tienen que levantar el muerto. Como escribió enfervorizado el joven cambiemista Yamil Santoro: "Los vecinos de la Ciudad celebraron la medida del Gobierno de ponerle un límite al abuso de la vía pública. Durante años, por la falta de una policía propia esta se veía impedida de generar una solución efectiva al tema. Ahora estamos en condiciones de pensar y discutir cómo manejarnos en adelante". En resumen lo que viene también es una relativa novedad para los porteños: el gobierno de la ciudad con mayor suma de poder político desde 1983.

Sin crecimiento económico y con apuro electoral, “la recuperación del espacio público” puede ser la forma de su nueva economía política: el mantero es quien usurpa el mercado. Orden para crecer porque, ¿por qué no arrancó la economía? “Manteros, orden y progreso”, tituló Yamil Santoro como respuesta del subconsciente sublevado del discurso macrista. El problema está en la “sociedad”. Recuperar el espacio público y limpiar el mercado. Y Once, un barrio de frontera, una puerta a la ciudad por la que llega el Oeste, es el teatro breve de operaciones.

El PRO despliega la guerra del orden como su nueva obra pública en la sorda lucha por ver quién encarna el Trump argentino

La astucia del PRO en Buenos Aires hay que verla en la producción de una oposición social que vive como al calor de “compartir” denuncias por Facebook. Una oposición que defiende a “los últimos” (los mapuches, los manteros senegaleses, los chicos pobres de 14 años) indefectiblemente enfrentada a un gobierno que promete defender “las mayorías silenciosas” (los que piden orden, los comerciantes que pagan impuestos, los que no pueden caminar por Pueyrredón, los asaltados). Porque el discurso del “orden” es el punto ciego del progresismo. El kirchnerismo osciló entre Berni y el CELS sin hacer síntesis. Una autoridad con culpa. El PRO despliega la guerra del orden como su nueva obra pública en la sorda lucha por ver quién encarna “el Trump argentino”, quién defiende a los whitetrash, a la clase media, al “voto cordobés”. Ocurre algo particular y de escala global: se compite por la incorrección política, por ser el anti sistema. Escribió Agustín Cosovschi: “La denostada ‘corrección política’ está muchas veces asociada al pensamiento de las clases urbanas, liberales y educadas que reivindican el multiculturalismo y la defensa de las minorías y los menos privilegiados. Sin embargo, en su uso cotidiano se trata de un término que no hace referencia a un programa identificable…”. En Argentina nadie se pone el sayo: ‘la corrección es el otro’ (hasta Martín Sabatella se auto-percibirá “políticamente incorrecto”).

El macrismo de estos días toca esa nota, donde la “corrección” aparece como un imperativo abstruso que domina la época. Con agudeza dice Cosovschi que esto se basa en “creer que, porque se ha instalado la defensa de las mujeres y de las minorías sexuales, religiosas y raciales, esto significa que ahora esos sujetos son quienes realmente gobiernan el mundo”. Pues bien: tenemos el escenario perfecto de “inmigrantes, minorías, menores que delinquen”. Pichetto dijo sobre el PRO y su supuesta prudencia punitiva: “esperaba que fueran de derecha”. Esta cacería electoralista parte del diagnóstico de una suerte de hiperrealismo sobre el estado de la sociedad (¿alguien haría la prueba ácida de plebiscitar el desalojo de los manteros?). Una representación política entendida como simple “transparencia” de la mayoría contra el poder elitista de una minoría, política para los que no les gusta la política. Veamos.

En estos días Macri volvió a hablar contra la “viveza criolla”, contra los atajos, contra las “costumbres argentinas”. Lo hizo con ese tono de reto lánguido de un sentido común liberal que cala hondo. Que se insinúa contra “los vagos que toman el camino fácil, los que viven de los planes del Estado, los que piden aumentos”, y así. Pese a que Macri cae lentamente en su imagen, su discurso venenoso es el de un outsider del canon de la corrección con status popular: Macri dibuja fuerzas invisibles que lo frenan (los usos y costumbres gremiales, el desorden público, el garantismo, las mafias heredadas). ¿Le alcanzará? ¿Tendrá tiempo? Cuenta a favor el repliegue de una oposición que parece escrita para Indymedia (ambientalista, multicultural, indigenista). En resumen: el PRO ingresa a la incorrección política aunque lo haga en su medio tono, sin perder “amabilidad”. ¿Querían incorrección, gustó el estilo Trump? Bueno, es esto. Incluso combinando este trumpismo cultural sin proteccionismo económico, es decir, tomando “lo peor”.

Cambiemos encaró la campaña respetando los lineamientos de la corrección política argentina, ese sentido común progresista instalado por el kirchnerismo (aunque no lo llamen “corrección”): dijeron “somos distintos y mejores, pero lo bueno, lo bueno es de todos”. Y ahora intentan hacer la acrobacia de pasar, al menos en algunos dominios de la vida pública, a un discurso que en la Argentina es pre-kirchnerista. Lo hacen con dificultades, con vacilación y de a poco. Quizás ese es el “gradualismo” de ellos. ¿Y entonces?

Cambiemos encaró la campaña respetando los lineamientos de la corrección política argentina, ese sentido común progresista instalado por el kirchnerismo 

“¿Qué es lo que más se escucha en la calle?”, se pregunta un dirigente del peronismo bonaerense. ¿Qué se escucha entre el ruido, los bocinazos, las explosiones puntuales de conflictos (Esquel, Once, Jujuy)? Lo dice bien: se escucha el silencio. “¿Qué se escucha en los barrios?” Se responde: “se escucha un silencio, un silencio raro”. Creo en esas percepciones. “Oído en tierra y se escucha ssshhh, ¿la calma que precede a una tormenta?” Cualquier cosa puede ser. Nadie sabe qué puede pasar en el barrio, en el país, en el mundo. Principio de incertidumbre: volver a lo seguro. Querido diario: la moneda de la hegemonía está en el aire. Nosotros somos buenos.

En radio Nacional, la periodista Irina Hauser hace pocos días entrevistó a un tal Sergio Núñez. ¿Quién es? Un albañil que vive en Tandil al que el año pasado una barra de jóvenes del barrio le molió a palos su hijo y dejó hospitalizado. Con natural calentura el padre quería ir a devolvérselas uno por uno. El hombre, evangelista, miró el cielo, lo pensó mejor y los fue buscando uno por uno, charló con ellos y les hizo entender que estaban todos en la lona. Finalmente los chicos (la barra + su hijo) terminaron armando una bicicletería. Esta historia es real y nombra todos los condimentos previsibles de una crónica sensible: jóvenes, pobres, periferia, culpa y redención. A riesgo de sonar miserabilista atino a decir que el bien es silencioso y que hay que hacerlo hablar. Está en todas partes. Es cuestión de mirar. A fines de diciembre, cuando los vecinos quisieron arrasar la comisaría de Flores después de la muerte de Brian, el chico de 14 años muerto de un tiro en la cara, el padre de otro niño (de dieciséis meses), también asesinado, participaba y promovía la organización contra la inseguridad. Sin quebrarse la voz, sin mostrar fotos de su bebé, convocaba a sus vecinos. Era oro ejemplo de la resiliencia argentina.

El 21 de julio pasado Lucas Carrasco tuiteó y dejó fijado en su cuenta: "Una beba de 7 meses recibió un trasplante de corazón. La operación en el Garrahan fue completamente gratuita. Eso también es Argentina".