Estados Unidos

Una explicación posible del fenómeno Trump

El deseo imposible del trabajador blanco de regresar a la fantasía económica de los años 50.

Tradicionalmente la narrativa conservadora republicana se opone al matrimonio entre personas del mismo sexo, a la migración, a los impuestos, a los programas sociales, a las restricciones para la compra o posesión de armas, a regulaciones ambientales, y en general a cualquier cosa que signifique control por parte del gobierno o que amenace la hegemonía del hombre blanco protestante. El racismo inherente a cierto sector del status quo republicano es ignorado y disfrazado de valores tradicionales con aroma a pie de manzana; disfraz que con el tiempo es cada vez más difícil de mantener.

A partir de los años 50 el conservadurismo social cobró más fuerza al interior del Partido Republicano, y para finales de los 60, cuando el movimiento de los derechos civiles de la comunidad negra estaba en su apogeo, el partido sirvió de defensor de los “valores” (básicamente rechazar cualquier tipo de progreso social) de las comunidades blancas en el sur de Estados Unidos.

Cuando en 2008 Barack Obama ganó la presidencia de Estados Unidos, la respuesta del sector más conservador del partido –auspiciada por los billonarios hermanos Koch– dio a luz al movimiento Tea Party dentro del Partido Republicano, que puso en las boletas a candidatos ultra conservadores que decían defender los principios cristianos y libertarios.

De este movimiento salieron personajes como Ted Cruz, quien hasta hace poco era visto como la peor pesadilla para la clase política de Estados Unidos. Fanático a ultranza, Cruz carecía del pragmatismo que cualquier político requiere para operar, sin importar de qué lado del espectro se encuentre.

El problema del conservadurismo en Estados Unidos es que ha sido representado por actores políticos tan neoliberales como sus contrapartes demócratas. Mientras con una mano defienden los supuestos valores tradicionales de la clase obrera, con la otra han colaborado en la creación un sistema económico global que empujó a esta clase a la extinción. Poco a poco sus votantes comenzaron a darse cuenta de este absurdo, y el enojo con el partido fue creciendo.

Entonces llegó Donald Trump

Donald Trump aprovechó que este sector se ha sentido ignorado durante décadas, tanto por los demócratas como por los republicanos. Su campaña rompió con todos los paradigmas que la clase política conservadora creía importantes para su electorado. No entendieron que en el año 2016, a la clase baja blanca ya no le importa tener un paladín impoluto y educado, lo que quieren es alguien que les prometa un imposible: El regreso a la fantasía económica americana de mediados del S. XX. “Sé que no es un caballero, pero yo quiero un bulldog”, declaró una militante de Trump hace unos días.

Algunos ejemplos del comportamiento anti conservador del candidato en los últimos 16 meses: insultar a John McCain, héroe de Vietnam; insultar a un veterano caído en Irak y a sus padres; insultar en múltiples ocasiones a diversas mujeres de la forma más vulgar posible; revelación de que alguna vez apoyó el aborto; defender un sistema de salud universal, todos escándalos que los republicanos juraban podrían destruir a Donald Trump. A sus votantes les valió gorro.

El problema es que la promesa de regresar empleos a la clase obrera se volvió imposible cuando Estados Unidos convirtió al sistema financiero en la base de su economía y envió la manufactura a países subdesarrollados. Sacar las fábricas de China y México y llevarlas de vuelta a Estados Unidos jamás va a pasar, no importa cuántos impuestos Trump prometa eliminar.

Finalmente, hace un par de semanas se vio el ejemplo más claro de que la clase obrera blanca está totalmente desconectada de las cúpulas del partido. Donald Trump admitió en un audio que le gustaba abusar sexualmente de las mujeres y que, según él, ellas lo permitían porque es una celebridad. Evidentemente acabó con la remota posibilidad de conquistar a los votantes indecisos, y sus cifras entre las mujeres también cayeron. Sin embargo, sus números en general no sufrieron el impacto que se esperaba.

El Partido Republicano decidió que esta sería su oportunidad de abandonar al candidato, quien desde hace semanas es evidente que no va a ganar la elección. Cientos de políticos prominentes en un principio condenaron las declaraciones y retiraron su apoyo. Grave error. El impacto fue inmediato para muchos de ellos. John McCain, por ejemplo, podría perder su curul como senador por Arizona, muchos de sus votantes anunciaron que votarían por su contrincante por haber abandonado a Trump. Por otro lado, Paul Ryan advirtió que Trump se enfilaba hacia una derrota peor que la sufrida por McCain en 2008. El temor es que les cueste su mayoría en el Congreso.

Trump tomó los ataques de los republicanos como una declaración abierta de guerra. El candidato nunca ha estado cómodo sujetándose a la línea oficial del partido, y aprovechó los ataques para declarase liberado de los grilletes institucionales.

"Es tan lindo que me hayan quitado los grilletes, ahora puedo pelear por América como yo quiera", afirmó napoleónico por Twitter, cementando su absurda condición de verdugo y paladín del partido que dice representar.