Gobierno

No hay que cambiar el nombre del CCK

Quitarle el apellido Kirchner sería un pequeño gesto de esa violencia simbólica que se pretende terminar.

Iba una tarde del invierno del año pasado en el 29 con mi hijo de 4 a comer una pizza en el centro. En la parada de Bustamante y Córdoba sube una señora y pregunta "¿Este me deja en el Correo?”. Le digo que para ir al CCK le conviene bajarse en Corrientes y tomarse la B. A mi juego me llamaron, pensé. Y le pregunté qué iba a ver. Me dijo que un concierto de tambores. Y ahí no más le pregunte qué le parecía el CCK y qué pensaba de que se llamara Kirchner. Está bien, me dijo ella, es un edificio hermoso, y K fue un presidente democrático. Hizo cosas bien y cosas mal. “Hay gente que lo quiere”. Gente que sí. Gente que no. Fin del comunicado ciudadano de esta señora.

Era sábado a la noche y sólo abrió la boca para saber cómo llegar a un lugar público, no tenía ganas de perder tiempo conmigo y mi etnografía móvil. Pasó tal como lo cuento. La miré mientras me hablaba y me dio la impresión (siempre aproximada y prejuiciosa, ¿y qué es pensar si no administrar prejuicios?) de que pertenecía a una clase media baja (campera negra, zapatos de cuero gastado, pelo negro, peinado de los años 80, sin pintura), como si fuera empleada de un negocio de la zona. ¿Pero dónde ponía esta mujer a Kirchner? ¿Lo quería? Me lo hubiera dicho: el amor y el odio k son igual de extrovertidos. Quizás sentía algo menos: quizás sentía cierta “indiferencia”. Quizás no sentía demasiado. Se bajó donde le dije, y nos saludó como si estuviera agradeciendo el consejo pero sin el menor atisbo de ampliar la conversación hacia otra parte.

Violencia simbólica

Algo había sido puesto en su lugar por ella: una especie de engranaje silencioso que hizo girar mi conciencia hacia un lugar desconocido de este tiempo, sin ruido blanco. ¿Qué me dijo? Me dijo con naturalidad que ella incorporaba el CCK a su vida, a su rutina, a sus planes solitarios de fiebre de sábado por la noche, y me exponía en eso una forma de “normalidad” que muchos pasamos ya por alto: todo pasa y algo queda. Tal vez una parte de la “obra” de un gobierno que aspiró a tener tanta narración, tuvo también este impacto suave y reservado sobre las vidas. Y si el CCK ya forma parte del horizonte de posibilidades del placer de una mujer argentina, también el nombre “Kirchner” funda una extraña costumbre donde un político puede ser aceptado, un presidente democrático reciente puede ser adherido con la naturalidad que tantos dicen desear.

En estos días se discute el cambio de nombre del CCK. De efectivizarse resultaría un pequeño gesto de violencia simbólica, incluso de esas formas que dicen querer erradicar. Supone un énfasis de reescritura en quienes consideran que cualquier esfuerzo de intensidad simbólica es vano o anticuado: en qué quedamos, diría uno. ¿O suben el perro al sillón o disputan bronces? CCK es ya una marca de época, y de hecho mientras va quedando en la dicción pública la sigla simple de “ce-ce-ká” en la comunicación del gobierno hasta la podrían trabajar como marca. Uno podría suponer que un mayor gesto de sinceridad republicana sería bancarse las continuidades incómodas, pero también en esto se revela la intensidad amarilla.

El episodio del colectivo y la breve charla quizás dicen algo inesperado sobre la política de este tiempo: quizás dicen sobre el lugar en que puede ir quedando inscripto el nombre de un político en mucha gente “común”. ¿Van a cambiarle el nombre? Quizás sí. ¿Por qué? Porque pueden. Kirchnerismo y macrismo son dos proyectos y dos gobiernos que gozaron de igual fuente de legitimidad. Si bien, como en todo, sus narraciones se superponen. En el juicio progresista hay elecciones donde parece que el pueblo graba en la roca su destino sudamericano y otras poco tiempo después donde parece que se distrajo, que entró Magnetto a la conciencia y votó por él. No es que sea buena una tercera posición, pero este empate entre el extremo simbólico y el extremo banal nos tapa quizás una pregunta anterior: ¿por qué manosear un nombre, una memoria? ¿Qué es el CCK? Algo que no existía “y hubo que inventarlo”.

No se trata de que le pusieran Kirchner a una estatua de Roca o Colón o a un teatro histórico, se trata de algo nuevo, creado, sospechado como toda obra pública, pero que es parte ya de un patrimonio social y estatal, entramado dentro de ese corredor urbano de tres postas: Tecnópolis, la ex ESMA y CCK. Miles como esa señora ese sábado quizás vivan con la modesta esperanza de gozar algo público y gratuito. Kirchner fue un gran presidente, dicho a mi cuenta: seguramente el mejor de toda nuestra democracia. Pero me quedo con el resguardo y la sobriedad con que esa mujer incorporó el CCK a su vida: el silencio subterráneo que hace más sólidos los edificios que deja cada época.