La imagen no pudo ser más elocuente. El primer acto de gestión de Sergio Massa fue anunciar que se enviaría al Congreso la estatización de Aerolíneas Argentinas. Julio de Vido a su derecha y Ricardo Jaime a su izquierda, lo miraban como miran los profesores estrictos a un alumno rindiendo examen.

No sólo no se fueron sino que ostentan aún más poder. Las imágenes no mienten. En su primer intervención como jefe de Gabinete, Sergio Massa recitó obediente el libreto que su antecesor se negó a suscribir. Para que quede claro quien manda. De donde vienen las ordenes y cual es el rumbo. Muy simple: más de lo mismo.

“Sergio es punto de Julio de Vido”, sintetizó a La Política Online, con el lenguaje llano de los peronistas, una fuente que recorre diariamente los pasillos del poder. Suena exagerado. Más bien parece un hombre alineado sin discusiones con los deseos de Néstor Kirchner.

Con una visión política más sofisticada, un sindicalista de buen diálogo con la Casa Rosada afirmó: “El gobierno se replegó sobre si mismo. Hicieron un movimiento defensivo en vez de dar un paso más allá y abrirse al peronismo”.

Massa viene de la Ucedé, fue menemista, estuvo con Palito Ortega, se hizo duhaldista y terminó convertido en un kirchnerista de pura cepa. Una trayectoria que difícilmente seduzca el paladar de los gobernadores, sindicalistas e intendentes que hoy lo aplaudían a rabiar en el Salón Blanco. Pero lo importante no son las personas, sino las políticas que estas representan.

El triunfo de los derrotados halcones

La lógica política del kirchnerismo de estas horas provoca perplejidad y resignación, entre los cada vez menos aliados que todavía le ponen el cuerpo a los caprichos del gobierno.

Néstor Kirchner, Julio de Vido, Ricardo Jaime y Guillermo Moreno fueron los halcones del conflicto con el campo. Los que visitaron la Plaza de Mayo eufóricos en una noche de bochorno. Los que anunciaron que ya no había lugar para los “tibios”, los que empujaron movilizaciones y actos interminables, los que cayeron en la madrugada del jueves en el Senado.

En cualquier administración cuando los ideólogos de una estrategia pierden en toda la línea y encima le provocan al Presidente una caída de popularidad superior a los 20 puntos, lo que sucede es su salida del gobierno. En la Argentina de Néstor Kirchner no. Los derrotados son los que ganan, los que se quedan, los que echan a aquellos que advirtieron que el camino emprendido era de colisión.

Y recién empiezan. La idea que subyace es dejar pasar unos días, no hacer olas, y luego ir avanzando en el disciplinamiento o la expulsión de aquellos que alguna vez integraron el “albertismo”. Como compensación puede ser que se vaya Guillermo Moreno.

Igual, el disciplinamiento del albertismo residual no será tarea difícil. No se trata de gente precisamente combativa. por caso, un impactante homenaje a la ubicuidad protagonizó en la asunción, el hasta hace unas horas ultra albertista, Juan Manuel Abal Medina, desesperado por abrazar a Massa, todo sonrisitas y miradas encandiladas.

Un caso similar fue el de Romina Picolotti, quien fue perdiendo con el paso de las horas su ímpetu inicial hacia la renuncia. Mientras que más digno, el viejo lobo de mar de Enrique Albistur, optó por ser uno de los primeros en puentear olímpicamente al flamante jefe de Gabinete y negociar su continuidad directamente con la Presidenta.

Entre los que es casi seguro que partan, por estas horas se ubica en primer lugar Héctor Capaccioli, muy acosado judicialmente por la ministra Graciela Ocaña; y distanciado de Hugo Moyano.

Capaccioli maneja los multimillonarios subsidios a las obras sociales esto lo ubica en la mira de los asesinos. Una cosa es permitir que permanezcan ocupadas áreas menores como las de Abal Medina y Picolotti y otra muy distinta perderse el bocado que maneja este ex sindicalista.