juicio político
Brasil frente al impeachment o los establos de Augías
Por Patricio G. Talavera
Eduardo Cunho pretendió parecerse a Hércules limpiando la corrupción de la política brasileña con el pedido de juicio político. Dilma da pelea y la suciedad salpica a todos lados.

Augías, hijo de reyes griegos, había sido bendecido por los dioses con la inmunidad de su ganado contra todas las enfermedades. Y como tal, se descansó en su privilegio y jamás limpió sus establos en los que se acumularon infinitas capas de las suciedades de sus animales. Cuando Hércules fue desafiado a limpiar los establos de Augías en solo un día, ambos pasaron a la historia.

El último 2 de diciembre, envuelto en una ola de cuestionamientos por corrupción, el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, pretendió ser Hércules limpiando los trapitos sucios de la principal referente de la clase política brasileña y decidió jugar su principal baza política: habilitó el pedido de Juicio Político o “impeachment” contra la presidenta Dilma Rousseff. De la decena de presentaciones, Cunha eligió la de los abogados Helio Bicudo, Miguel Reale Júnior y Janaina Conceicao Paschoal, la que se fundamentaba específicamente en la violación de la denominada “Lei de Responsabilidade Fiscal”.

Según esta acusación, el gobierno de Dilma Rousseff, habría incurrido en demoras de sus obligaciones fiscales y uso de recursos de prestamistas públicos hacia el gobierno con el fin de financiarse y lograr en forma ficticia el cumplimiento de las metas presupuestarias. Esta táctica implica una violación explícita a la normativa. Cunha habilitó así un pedido cuyo fundamento era más oscuro y mas alejado de las más mediáticas denuncias. Ni la malograda compra de la refinería de Pasadena, en Estados Unidos, cuando Rousseff era directora de la estatal Petrobras, ni las investigaciones de la Operación Lava Jato (que al día de hoy no la han señalado directamente) son citadas.

El juicio político a Dilma desde el comienzo mostró una complejidad muy superior al del ex presidente Collor de Mello en 1992. Mientras Collor, al momento del juicio se encontraba en la más absoluta soledad política tanto en la calle como en el Parlamento (donde la coalición que sostendría luego a Itamar Franco había logrado una contextura políticamente palpable), Dilma y el PT, como quedó demostrado estas últimas semanas, aún cuentan con capacidad de movilizar a sus bases. Pese a esta desventaja, Collor no fue destituido sino hasta tres meses después de iniciado el proceso. Dilma, en una situación distinta, podría lograr aplazamientos estratégicos.

De la formación de la comisión, se desprenden varios datos para seguir el proceso: 34 sobre 65 miembros de la comisión se encuentran siendo abarcados por procesos judiciales. Al día de hoy, y aun cuando el balance de la comisión es cambiante, los opositores no han logrado una primacía definitiva: según variados cálculos, el impeachment cuenta con alrededor de 30 votos favorables, a solo tres de conseguir la mayoría. Mientras tanto, el Gobierno cifra sus esperanzas en sus 21 apoyos, y en su capacidad de lobby sobre los 14 indecisos.

Pero a Cunha le ganó de mano otro Hércules, el juez Moro, al ventilar las suciedades de una clase política que se creía inmune como las bestias de Augías. Y esto le marcó la cancha. Es que los múltiples heridos provocados por las revelaciones de la Operación Lava Jato han generado una balcanización de la correlación de fuerzas en el Parlamento.

Así, aunque muy menguada, la posibilidad de que Lula como ministro en las sombras concrete una minoría bloquee el impeachment es real. Y esta complejidad para concretarse el impeachment quedó a la vista cuando el 17 de diciembre el Superior Tribunal Federal (STF) se vio obligado a invalidar la votación secreta que daba origen a la comisión de Juicio Político. Esto demoró cuatro meses el proceso, conformándose el órgano recién el último 17 de marzo, con 65 miembros. Cunha también maniobró oportunamente: tanto el presidente como el relator de la comisión son diputados cercanos a él.

Sin embargo, el PT logró una buena representación, y desde Planalto ya lanzaron la advertencia: Dilma no renunciará y dará pelea hasta el final. O por lo menos, hasta que el PT resista el desgaste de sostener a la presidenta, dado que no faltan rumores que asignan hasta cuatro ministerios al PT en un eventual gabinete de Michel Temer, el sigiloso vicepresidente de Dilma.

De la formación de la comisión, se desprenden varios datos para seguir el proceso: 34 sobre 65 miembros de la comisión se encuentran siendo abarcados por procesos judiciales. Al día de hoy, y aun cuando el balance de la comisión es cambiante, los opositores no han logrado una primacía definitiva: según variados cálculos, el impeachment cuenta con alrededor de 30 votos favorables, a solo tres de conseguir la mayoría. Mientras tanto, el Gobierno cifra sus esperanzas en sus 21 apoyos, y en su capacidad de lobby sobre los 14 indecisos.

Sin embargo, el escenario más probable es que la comisión apruebe el inicio del proceso, dada la cantidad de diputados que el Gobierno tendría que seducir. Por lo pronto, ya hay tres indecisos que son del PMDB (Joao Souza, de Maranhao, Valtenir Pereira, de Mato Grosso y Washington Reis, de Rìo de Janeiro). El acatamiento a la dirección del partido con respecto al proceso bastaría para sellar el destino de Dilma en la comisión.

Dilma cuenta con hasta 10 sesiones para exponer su defensa en la Comisión. Hoy se espera que su abogado haga la presentación correspondiente. Mientras que Cunha, presionado por las denuncias de cuentas irregulares en Suiza y envuelto en el Lava Jato, buscará darle la mayor velocidad posible para escapar del enjuiciamiento o, como mínimo, lograr un acuerdo con Temer a cambio de evitar la prisión.

Durante las cinco sesiones posteriores, la Comisión debe elaborar el dictamen final, y 48 horas después de realizado, el dictamen debe ser elevado a la Cámara. Allí, debe obtener el aval de por lo menos 342 de 512 diputados (Cunha no puede votar por ejercer la presidencia).

Luego de ese proceso pasaría al Senado, el cual debería habilitar el impeachment (puede negarse), y solo luego de esa votación en la Cámara Alta, según el fallo del STF de unas 400 páginas emitido este mes de marzo sobre el denominado “rito de impeachment”, Dilma Rousseff quedaría suspendida por 180 días.

Finalmente, para concretar la destitución, el Senado necesita 54 votos sobre 81 miembros. Hoy por hoy, el impeachment contaría con el apoyo de aproximadamente 250 diputados, y la oposición de 120, con 138 indecisos. Por lo que el futuro de Dilma está en manos de unos 50 legisladores, mayormente provenientes de áreas periféricas del país, como la agrícola Roraima, Amazonas, o estados nordestinos como Piauí. Así, la resistencia de senadoras como Katia Abreu (ministra de agricultura y dirigente terrateniente) a abandonar el gobierno obedeciendo la directiva del PMDB comienzan a ser cruciales.

Si Dilma y el PT recrudecen su resistencia y buscan agotar plazos legales e incluso acuden a tribunales, el periodo de interinidad podría prolongase hasta octubre, lo que agravaría fuertemente la crisis política. En este sentido, el PMDB apuesta por el efecto “bola de nieve” con el que lograr una amplia mayoría cercana 450 voluntades en Diputados con la que acelerar la salida de Rousseff de la presidencia.

Por el contrario, si el lulopetismo logra, entre articulaciones con partidos pequeños pero claves y sucesivos recursos legales la demora del proceso, la desmoralización y la pérdida del “efecto sorpresa” podrían debilitar el impeachment. Ello sin contar además con el debate en torno a si corresponde enjuiciar a Dilma por las “pedaladas financeiras” de 2014, cuando su mandato comenzó en 2015, o si es válido proponerlo cuando Cardoso y Lula hicieron lo mismo.

La alta fragmentación del Parlamento (la legislatura comenzó con 28 partidos representados y actualmente cuenta con 36) jugará un rol esencial, y los partidos chicos como el PSD del ex alcalde paulista Gilberto Kassab, el laborista PDT y el conservador PP tendrán en sus manos un papel relevante. De la misma manera, las bancadas transversales, unidas por intereses al margen de las siglas de los partidos, tendrán una inusitada influencia en la articulación de eventuales coaliciones.

Como los establos del guerrero perpetuamente infectos de suciedad sin remover, la política brasileña en las diversas fases del Lava Jato viene descubriendo las diversas capas geológicas de la corrupción del sistema. Las puertas abiertas por la investigación judicial, por un lado, y por el juicio político, en paralelo, hace caminar la coyuntura hacia un destino desconocido. En esta historia de dimensiones mitológicas, el guión promete no defraudar.

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