Según las últimas estadísticas, uno de cada dos médicos en la CABA ha sufrido algún tipo de agresión el último año. El Dr. Jorge Gilardi, presidente de Asociación de Médicos Municipales de la Ciudad de Buenos Aires, insistió en que “no nos queremos acostumbrar a la violencia; a los médicos nos educaron para usar un guardapolvo blanco, no un chaleco antibalas”.

“Estos hechos de violencia comenzaron hace unos siete u ocho años, pero en los últimos cinco, estos casos comenzaron a agravarse cada vez más, se hicieron muy fuertes y de manera constante. Si hace unos años me hubiesen dicho que la Asociación de Médicos Municipales realizaría un paro por fuera de los reclamos salariales, de mayor tecnología o de mejores edilicias -que son nuestros reclamos históricos- yo hubiera dicho que no. O, si me dijeran que haríamos dos paros de 24 horas por agresión al equipo médico, hubiese dicho que era impensado. La verdad, fueron situaciones muy críticas, con agresiones graves al equipo médico”, insistió Gilardi con preocupación.

Pero la Ciudad no tiene exclusividad en esta trágica rutina de violencia. Rosario, Córdoba, La Plata por mencionar algunas localidades en este ranking brutal, acompañan con sus historias de balas, agresiones físicas y psíquicas cotidianas sufrida por enfermeras, camilleros, médicos choferes de ambulancias. Hasta se registran casos de personal de limpieza hospitalaria agredido o robado.

¿Cuánto influye en esta degradación, en esta caída social de personas y grupos embrutecidos por la droga, el alcohol, la falta de trabajo, presente y futuro, la inmoral ausencia del Estado?

El Dr. Gilardi advierte: “Nos estamos agrediendo nosotros mismos como Sociedad, nos mordemos la cola en cada agresión hacia un miembro del personal de salud, achicamos la oportunidad del paciente a ser atendido dignamente”

Necesitamos con urgencia recuperar los valores, restablecer el código social de respeto hacia el otro y su trabajo que, en el sistema de salud, es indispensable para nuestra propia supervivencia.

La violencia cotidiana no debemos buscarla en los genes, la encontraremos en la desigualdad social, advierte Joachim Bauer, neurobiólogo alemán en su trabajo al respecto en la Universidad de Friburgo. No estamos entonces, genéticamente programados para ser violentos. La violencia se aprende, es una Cultura de amigo – enemigo, de nosotros contra ellos. Es el embrutecimiento de la razón.

El conflicto es un instrumento de poder donde ganan los mejor acondicionados para esa disputa.

El resto, sufre las innumerables consecuencias nefastas.

Recuperar valores, solidaridad, hacer del respeto la forma de convivencia, en definitiva, trabajar firmemente en la Cultura de Paz, es una oportunidad, diría más: es nuestra única salida. El resto es suicida.