elecciones 2015
Un playback gastado
Por Martín Rodríguez
Scioli confió que su presencia garantizaba votos, pero tuvo como sola fórmula hacer un playback gastado del kirchnerismo.

Scioli está en tiempo de descuento. Tendrá que subirse al techo de una cupé más modesta de campaña que pase a paso de hombre por todos los barrios y gritar que es el soldado de cada una de las guerras privadas que se libran entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. Se dijo que iba a traer un plus de votos. Se dijo que él dijo que traería un plus de votos. De ser verdad ese “plus”, hubiera sido un caso de cautiverio electoral inédito. Más realista sigue siendo decir que Scioli significa un plus ideológico que permite volver a ampliar la base electoral del FPV. Ese sigue siendo su desafío.

Scioli debe volver a arrimar, tentativamente, lo que se perdió desde 2011. Aquellos que ya no votan al “modelo”, los golpeados de una economía que no crece y de una inflación intensa, y de una inseguridad urbana real. Pero eso tampoco es magia. Hay que hablarles a esos, entender quiénes son, dónde están. De las últimas elecciones (2013) la lectura oficial fue achicar la cancha al máximo: no perdimos porque somos primera minoría. Una fiesta del consumo de un poder construido entre 2003 y 2011 que derivó en confundir obsecuencia con lealtad, valentía con disciplina, y derivó en ubicar a CFK como la electora. Nadie produjo poder en 4 años. Ni Scioli.

Scioli hasta el domingo 25 confió que su presencia garantizaba votos, tranquilizaba a los dueños de la economía, contenía al peronismo corrido de escena por “Unidos y Organizados”, pero tuvo como sola fórmula hacer un playback cada vez más gastado del kirchnerismo con alguna dosis franciscana como novedad (las famosas “3 T”). Hizo la plancha, y aceptó además la condición de ser rodeado por un vice ultra y una lista de diputados en la CABA y la PBA también ultras. Es decir, Scioli era el nombre de una suerte de lista sábana ideológica de kirchneristas puros que también hacían la plancha porque confiaban que él los mantendría en el poder. No harían ningún esfuerzo, pero serían los guardianes ideológicos. La cosa salió mal. Era un esfuerzo sin esforzados: Scioli hacía de kirchnerista, los kirchneristas cruzaban el río a upa… ¿y quién laburaba? La paradoja es que se trabajó mucho tiempo para que Scioli NO sea, se lo tuvo contra las cuerdas fiscales (¿alguien recuerda la huelga docente de 17 días?, genuina por cierto, pero también política), se lo trató como un “infiltrado”, es decir se quiso durante mucho tiempo que sea nada. Y después se esperó sentado que la Nada se convierta en Todo.

El conteo completo dice que la cosecha de DOS fue de 37.04% de votos contra el 34.15% de Macri. Son prácticamente 3 puntos de ventaja. Macri usó una palabra que fue su talismán electoral: escuchar. Y afinó virtualmente su versión del cambio, muteó a sus economistas, presentó una lista de continuidades que lo presentaron como un socialdemócrata prometiendo ampliar asignaciones y salvar indios, de modo de tranquilizar la inquietud y desconfianza legítima sobre su “sensibilidad social”... y fue creído. ¿Por qué? En parte porque hay un aspecto de déficit oficial totalmente diluido entre analistas afines: la decadencia de las estadísticas públicas carcomió una noción de verdad. ¿Existe una verdad, una referencia pública, que pueda ser dicha oficialmente? Decir el número de la inflación o la pobreza se convirtió en un debate técnico e ideológico largo de resolución imposible: como lo primero para discutir es “desde dónde habla cada uno”, es decir, un debate sin clausura, no llegó nunca el momento de la verdad. La vieja astucia popular de no creer en las “verdades oficiales” se reactualizó a pesar de las propias versiones de cada gobierno. A pesar de los “buenos gobiernos”. A pesar de estos doce años. Macri se mostró como el político pastor de la “escucha”, frente a un gobierno sobrenarrado.

Scioli viene tentando una afinación de su versión de continuidad (proponiendo cambios en retenciones y estadísticas) que rompen el credo cristinista. ¿Le alcanza? Los votos “propios” los tiene. Sucede que la debacle electoral de los puros (la derrota en PBA, La Cámpora sin el esplendor prometido, un Axel que sacó 22% en la CABA) le convulsionó al kirchnerismo un horror al vacío. El problema es que una parte de los votos que disputa Scioli lo hace sobre la base de una economía golpeada. Cristina en su discurso post elecciones volvió a enredarse contra la “clase media”. Como si la campaña se basara en hacerle ver al electorado lo que no puede ver, lo bien que está y no sabe que está. Nadie vota en su contra.

Massa tuvo razón sobre la existencia de una avenida del medio, y su campaña hecha de cosas concretas como la impunidad de los narcos en los barrios pobres, la inseguridad cotidiana, las huelgas docentes que atan a los papás que mandan sus hijos a la escuela pública, la supuesta discrecionalidad en el reparto de planes sociales (planes que no existen más, pero bueno, dejemos eso al costado), etc., conformaron una versión del ciudadano metropolitano inseguro lejísimos del supuesto glotón de clase media que cambió el auto o la casa (como si los créditos o el ahorro fueran papita pa’l loro) y ahora “quiere más”. Massa es el nombre de la disputa encarnizada y es un político taxi driver, el ex combatiente de una guerra que no ocurrirá, con estilo afrikáner, subido al techo de una camioneta alzando los brazos, mientras la postal de su campaña bonaerense, hecha en municipios pobres del Gran Buenos Aires, nos muestra que este país es todavía de campaña, que es desolado, que si agitás el miedo se enciende una luz (“¡no quiero que maten a los míos, no quiero que me saquen lo que es mío!”).

De Scioli no se esperaba que sea más kirchnerista, sino que fuera capaz de reencauzar la representatividad peronista perdida. Porque el consumo, las 12 cuotas, la economía subsidiada hicieron mejor pero no más fácil la vida de este país. El sueño del consumo engendra monstruos. Scioli es un solo, y le toca la pelea final. Como dijo Marcelo Bielsa: “En las peleas callejeras hay dos tipos de golpeadores. Está el que pega, ve sangre, se asusta y recula. Y está el que pega, ve sangre y va por todo, a matar. Muy bien, muchachos: vengo de afuera y les juro que hay olor a sangre”.

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