El anuncio pudo parecer improvisado, deslucido, casi como al pasar, pero es en esa desprolijidad planificada, donde acaso radica su mayor acierto. No hubo grandes pantallas de LED, ni fuegos artificiales, ni estadios colmados. Lo que hubo fue una Presidenta sobria, hablando desde un lugar de humildad –“vamos a someternos a la voluntad popular”-, y engarzando de manera cuidadosa la atávica idea del ejercicio del poder como sacrificio de quien lo ejerce en favor de su rebaño.
Alguien pensó muy bien el momento y la manera. Justo cuando el gobierno se hundía en la parálisis que le causó el caso Schoklender, la Presidenta retomó el control de la agenda pública con su carta más fuerte. Y lo hizo monopolizando el centro de la escena. De manera deliberada se evitó dar a conocer el nombre del vice que obviamente hace ya tiempo que debe estar elegido. Ella fue la única protagonista, mañana ningún título se “ensuciara” teniendo que combinar el nombre del elegido para acompañarla.
Sin embargo, se tuvo el cuidado de quitarle al movimiento, cualquier artificio que pudiera irritar. El horno no está para los luminosos bollos de antaño, como ella misma se encargó de puntualizar, al rechazar gentilmente la posibilidad de realizar el anuncio en el Teatro Argentino de La Plata.
Dijo que le costaría volver a ese teatro y “levantar la vista y no encontrar” a Néstor Kirchner, ya que fue allí donde compartió cuatro grandes actos con su marido. Y pidió: “busquemos otro lugar con menos carga emocional”. La frase fue un cardiograma perfecto de lo que será el corazón de su campaña y acaso haya que leerla al revés. Esto es, lo que se busca es lo que se niega: el impacto emocional. Y la vía elegida es eficaz: exhibir el dolor por la pérdida de un ser querido, pero de manera discreta, casi con reticencia, para evitar que se expanda entre los votantes la sensación que alguien está intentando meterles compasión, para sacarles votos.
En ese zigzagueo muy bien ejecutado, la remisión permanente al recuerdo de Kirchner, el dolor de la viudez, la soledad del poder, el negro del luto, el sacrificio de la carga pública, van trazando el costado emotivo de su propuesta electoral, el núcleo duro de un mensaje de gran potencia, porque como ya se sabe, el voto es básicamente emocional.
Pero la pieza oratoria de Cristina no se detuvo allí y anticipó los otros elementos que compondrán su campaña. Sobre la cartografía del dolor, fue colocando necesarios banderines que alimenten el otro gran insumo de los votos presidenciales: certeza y esperanza.
En todo momento se mostró en control de la situación –incluso de su propio dolor-. “Tranqui, que estoy bien, no es lo que dicen”, lo cortó amable pero firme, a uno de los presentes en la primera fila cuando acaso se mostró preocupado por como la afectaba el recuerdo de Kirchner en el Teatro Argentino.
Y en esa misma línea se burló de las cotidianas referencias a su salud física y mental en los medios, cuando con una enorme dosis de sentido común, mencionó los ridículos en los que suele caer el periodismo. O sea, se mostró herida, pero sana y fuerte. Se vio no ya a una Presidenta, sino a una mujer muy conciente del proceso que vive, marcando límites afuera luego de reconocerlos adentro –“mejor el Teatro Argentino no”-, evitando la tentación de negar lo que lastima.
Logró exponer de manera muy articulada y digna su dolor, sin caer en el complejo propio de los líderes que confunden tristeza con debilidad. “Pocas cosas enseñan y te tornan más humilde que el dolor”, dijo en una de sus frases más logradas. Y fue esa otra pieza de bóveda de la propuesta de sentido que Cristina ofrece para su reelección y que calza a la perfección con la forma y la manera en que hizo el anuncio.
El metamensaje bien podría ser: Lo que se está votando es una nueva Cristina, una Cristina mejor, más humilde, pero también más serena y firme, que pasó con éxito la prueba más extrema que puede enfrentar una persona: la pérdida de su compañero de toda la vida. “Nadie tiene la vida comprada, nadie sabe lo que va a pasar”, agregó en otra frase que buscó reforzar ese nuevo lugar que eligió, tan distinto de la altiva Presidenta que conminaba desde el atril al inicio de su mandato y repartía lecciones como caramelos.
El relato tiene el drama y la profundidad de las grandes historias, y la única chance de los candidatos de la oposición, que no cuentan con esa épica para ofrecer, surgirá si logran correrla de ese eje para llevarla al terreno de las dificultades de la vida cotidiana de los argentinos, la inflación y la inseguridad. O como intenta Carrió, si logran convencer a la sociedad que se trata de una sobreactuación, de una utilización innoble de un hecho trágico, pero muy normal, esto es la pérdida de un ser querido.
La Presidenta también trabajó ejes propositivos para justificar el voto que esta noche ya empezó a pedir. Se mostró como una dirigente seria, comprometida con el sacrificio de la ímproba tarea de gobernar la Argentina. Por eso, machacó de manera detallada sobre las sucesivas defecciones de la oposición, la payasesca interna radical, el papelón de Cobos de Presidente a nada, las abortadas candidaturas de Macri y Pino Solanas. Frente a ellos, enarboló su candidatura como un gesto de “responsabilidad institucional” y “seriedad política”. O sea, si van a votar un Presidente, bueno, no den vueltas, acá tienen una Presidenta.
El discurso tuvo, como todos los buenos discursos, momentos de humor que mecharon el drama. Fue un subibaja emocional, con chistes coloquiales, “lo tengo a Kunkel castigado” y referencias tan populares como sólo puede ser el fútbol: “Crónica me titulo “Belgrano es mi preferido”, pero yo hablaba de Manuel Belgrano”.
No se olvidó además de remachar un eje que el kirchnerismo, hay que reconocerlo, vio antes que ninguna otra fuerza. La tremenda importancia del voto joven que en las próximas elecciones. Sólo en la provincia de Buenos Aires, el 40% de los votantes tiene menos de 29 años. “Quiero que me vean como un puente entre las viejas generaciones y la nueva”, dijo tomando un concepto popularizado por Obama en su ya famoso libro.
Completó así una propuesta que sobre el color vivaz y cautivante de un drama personal, de una historia de sacrificio -como bien se encargó de subrayar al recordar al inicio de su discurso aquella frase de Evita “Aunque deje jirones de mi vida en el camino”-, ofreció experiencia política y de gestión, es decir certeza. Evitó toda referencia a cómo hará para solucionar los serios problemas que enfrenta el país, en los próximos días, ya como candidata, no le será tan sencillo eludir ese paso.