“Nunca odies a tu enemigo, afecta tu juicio”, afirma un carismático Al Pacino en el Padrino III. La cita es una obviedad tan poco original como el espíritu indignado que campea en la oposición. El rechazo frontal a la reforma política que mañana anunciará el Gobierno, aún incluso antes que se conozca formalmente su contenido, sea acaso la muestra más flagrante de las monumentales torpezas que puede ocasionar no ya el odio, sino apenas el fastidio acumulado.

Hasta ahora trascendió por boca de los propios voceros oficialistas –como el diputado Agustín Rossi-, que el Gobierno está proponiendo un sistema de internas abiertas simultáneas, muy similar al que existe y funciona en la provincia de Santa Fe.

Se trata de un mecanismo simple: el mismo día todos los ciudadanos de manera obligatoria votan entre los distintos candidatos que propone cada partido. Se puede votar a un solo postulante, lo que evita que las estructuras de una fuerza se tienten con la idea de entrometerse en la vida interna de otra. El que saca más votos es el candidato de ese partido. Así de sencillito.

La oposición acaso en su enojo no percibió que de instaurarse este sistema, es muy posible que la primer víctima sea Néstor Kirchner. Es decir: ¿Cómo imaginan posible que un señor que concentra más del 70 por ciento del rechazo social, podría imponerse en una interna en la que votan todos los ciudadanos del país y no sólo los afiliados del PJ?

Es más, no hay que ir muy lejos para encontrar antecedentes que refuercen esta hipótesis. Podría sucederle a Kirchner lo mismo que le sucedió al PJ de Santa Fe. Luego de quedarse durante años con la gobernación –vía la acumulación de votos que alcanzaba con la nefasta ley de lemas-, finalmente Jorge Obeid tuvo la dignidad de pensar más allá de sus intereses personales y sancionó el actual sistema de internas abiertas simultáneas, eliminando los lemas. La consecuencia inmediata fue que tuvo que entregarle la gobernación al socialista Hermes Binner, que hace tiempo venía sacando más votos que los peronistas. Carlos Reutemann no parece en este sentido muy demócrata porque le continúa recriminando a Obeid que haya “entregado” la ley de lemas.

¿Porqué la oposición considera que es una “trampa” que la gente elija sus candidatos? ¿Acaso es mejor el sistema actual? O dicho de otra manera: ¿Acaso hubiera sido posible de existir esta ley, que Cristina Kirchner fuera candidata a Presidenta? ¿Por qué un orden de cosas, que permite que un matrimonio resuelva en la intimidad de su recámara la sucesión presidencial, es mejor que una interna en la que votan todos los ciudadanos?

Incluso podría aventurarse: ¿Si Cristina Kirchner hubiera ganado una interna abierta nacional, su marido se habría atrevido a atropellar su Gobierno como lo hace ahora? ¿La sociedad la sentiría tan ajena? Esta claro, que de lo que aquí se habla es de encontrar un mecanismo de legitimar el poder político, y no se entiende porqué discutir esto es un error. Más allá de las intenciones personales de Kirchner. De nuevo, la Argentina parece condenada a la discusión de nombres, en vez de normas y proyectos generales.

El temor al bipartidismo

Se “acusa” a esta iniciativa de favorecer el bipartidismo, porque según trascendió exigirá un mínimo de afiliados a nivel nacional y representación política en una determinada cantidad de provincias. ¿Cuál es el inconveniente de demandar a los partidos un mínimo de representatividad? ¿Acaso es más serio el festival actual en el que cualquier improvisado se puede presentar a Presidente? ¿Qué dirían entonces estos “demócratas” indignados, de un modelo como el de Estados Unidos en el que los candidatos a Presidente surgen de un sistema indirecto?

En todo caso la discusión debería pasar por discutir cual es el porcentaje de ese mínimo que se exigirá a los partidos, para que no sea ni proscriptivo, ni coarte el surgimiento de nuevas fuerzas. Eso sería una discusión política seria, no el rechazo frontal porque, como dijo un diputado, “me pidieron el DNI para entrar a la Casa Rosada”. Flojo favor se hace a sí misma la oposición cuando aborda debates trascendentes con esa liviandad.

Por otro lado ¿Qué tiene de malo el bipartidismo? ¿No es acaso lo que le da estabilidad y más importante aún, la oportunidad de la alternancia, a todos los regímenes democráticos presidencialistas consolidados? ¿O acaso vamos a decir ahora que nuestra calidad democrática, que se debate en un mar de sellos partidarios, es superior a la de Estados Unidos o España, por citar dos naciones de fuerte bipartidismo? ¿Cuál es el sentido de continuar con este enjambre de colectoras, listas espejo y demás distorsiones?

Hasta Eduardo Duhalde se ha cansado de señalar que el gran mal de la Argentina es su ausencia de una alternativa sólida de Gobierno al peronismo ¿No sería acaso otro este país, si Kirchner tuviera enfrente une fuerza estructurada, consolidada que pudiera relevarlo en el ejercicio del poder, sin abrir insondables interrogantes?

Realmente cuesta entender por qué el radicalismo, principal beneficiario de una reforma como la que impulsa el Gobierno, se apresuró a rechazar la iniciativa. A no ser, que sea verdad que su principal preocupación es la tapa de los diarios del día siguiente. De hecho, ayer el conductor de la UCR pareció Carlos Pagni, quien con su filo habitual “denunció” la existencia de un nuevo “Pacto de Olivos”, al anunciar el contenido de la reforma política que propone el gobierno, afirmando que la misma era motivo de acuerdos entre el senador kirchnerista Fabián Ríos y el radical Ernesto Sanz.

El propio Sanz y luego toda la cúpula de la UCR, con Gerardo Morales a la cabeza, se apresuraron a negar los diálogos y rechazar de plano la reforma oficialista ¿Lo pensaron bien? ¿No es acaso este proyecto un traje a medida de Julio Cobos, el hombre que mejor mide en los sondeos? ¿No es acaso una oportunidad de oro para empezar a reconstituir al radicalismo como segunda fuerza nacional? ¿Qué es más importante, el diario de mañana o consolidar un proyecto de poder?

De nuevo, los socialistas en Santa Fe sabían muy bien por qué pedían la derogación de la ley de lemas y fueron consecuentes. Y ahora gobiernan Santa Fe.

La demonización de lo que no se controla

La misma falta de política se observa en la demonización en la que ha caído la oposición con los movimientos piqueteros. Cuesta entender a dónde apunta el intento por asemejarlos a organización revolucionaria que optó por la vía de las armas. Está claro que este tipo de procesos requieren de un marco de época, más allá de la voluntad de algún trasnochado, que claramente no es el de la Argentina de hoy.

Emparentar a Milagros Sala -que puede ser autoritaria como toda líder que surgió desde el barro y tuvo que luchar por los suyos en una Argentina en la que el Estado no existe- con Firmenich, Galimberti o Santucho; afirmar que esta mujer está estructurando milicias armadas al estilo de Montoneros o el ERP; es sencillamente un disparate.

Pero acaso la crítica mediática y efectista de la oposición oculte una carencia más preocupante. Esto es, la ausencia de una política para una realidad que llegó para quedarse: los movimientos sociales. Se pueden objetar algunas de sus conductas, el manejo que hacen de los recursos públicos, muchas cuestiones, pero lo que no se puede es demonizarlos, porque frente a eso, sólo queda la negación.

Dicho de otra manera, el discurso opositor, si se toma en serio, lleva derechito al Código Penal ¿Es esa la manera de abordar la problemática que expresan estos movimientos, que gusten o no, son el reflejo de un país con una pobreza que supera el 30 por ciento de su población?

El “problema” de la CGT

Mismo prejuicio que ha llevado al radicalismo a tropezar una y otra vez con el sindicalismo tradicional. Aún hoy todo lo que se escucha desde ese sector político sobre la CGT tiene que ver con imputarle delitos a sus dirigentes, que más allá del gusto de cada uno, son los que hay.

¿Cómo imaginan los radicales, la Coalición Cívica, el PRO, que van a gobernar una Argentina en la que todo lo que tienen para ofrecerle al sindicalismo y los piqueteros es estigmatización, rechazo y amenaza de reproche penal? ¿Hace falta preguntarse que posibilidades de éxito tiene esa no-política?

Alarma que aún hoy, a más de medio siglo del surgimiento del peronismo, la UCR no tenga una estrategia consistente hacia la CGT, salvo la que ensayó sin éxito hasta ahora, que oscila entre la compra de voluntades individuales y la persecución judicial.

Es tan evidente, como que en sus dos únicas experiencias de Gobierno desde que el peronismo se asomó a la vida nacional, la debacle final vino de la mano del choque con los sindicatos. Le paso a Raúl Alfonsín cuando intentó desarmar al modelo actual con la ley Mucci que combinaba algunas buenas razones, con no tan trasparentes intenciones. Fracasó y a partir de allí, los sindicatos entendieron que la UCR los seguía viendo como un enemigo a derrotar. Y la respuesta no se hizo esperar: el gobierno soportó desde 13 paros generales. Cuestionables, obvio. Pero de que le sirve a un gobernante –y a la sociedad-, enojarse con la realidad.

Luego con Fernando de la Rúa, en el segundo ascenso de la UCR al poder, nuevamente la debacle comenzó con una ley que apuntaba a minar el poder sindical. La famosa “reforma laboral” que destapó el escándalo de los sobornos en el Senado y minó la credibilidad del Gobierno.

¿Pura casualidad? Puede ser, pero sorprende que con esos antecedentes, en la oposición con más chances de llegar al poder –o sea el panradicalismo que encabeza Julio Cobos-, siga sin articularse una política seria hacia el movimiento sindical y la otra expresión popular que surgió en la última década: los llamados piqueteros. Expresiones que no casualmente han comenzado a articularse ¿O acaso la oposición piensa que no hay nada para decir de este movimiento, tal vez el más relevante de la política de los últimos años?

Más claro: de esto hablamos cuando hablamos de gobernabilidad, acaso la única carta que el desprestigiado peronismo le sigue ofreciendo a la sociedad.