Gobierno
Ajuste y gobernabilidad
Por Ignacio Fidanza
Macri concluye su primer año entre el fantasma de la Alianza y la ambición de un gobierno fundacional.

La foto es elocuente. Macri eligió despedir su primer año en el poder brindando en la Quinta de Olivos con veteranos líderes del sindicalismo peronista. La celebración es comprensible, se llega a fin de año en aceptable control de la situación.

El Gobierno de Macri entendió rápido que en la Argentina, los sindicatos son la pieza clave de la gobernabilidad. Más que los empresarios, los políticos, los medios o los jueces. Es la llave más a mano que existe, para regular el conflicto social. Pueden aletargarlo o agitarlo, como solían hacer con gobierno no peronistas. Ese brindis es entonces el símbolo del principal triunfo político del Gobierno, en el año que se va.

Pero la imagen no debería despertar entusiasmos desmedidos. Macri termina el primer cuarto de su mandato con la gobernabilidad en el renglón verde. Sin embargo, la conquista de esa colina no fue una producto de una operación balanceada. En el camino se entregó el programa de ajuste fiscal, que de por sí ya era de una notable moderación ante la dimensión del problema.

La idea, respetable y democrática, de la mejora incremental no implica evitar las decisiones difíciles. Por el contrario, exige un plan de largo alcance que defina con claridad las batallas que habrá que ganar.

Es entendible la prioridad. Sin Gobernabilidad no hay Gobierno. Pero sobrevivir no es un plan, es apenas un reflejo vital. Si la comparación es con Fernando de la Rúa, el resultado es para festejar. Pero mirarse en el espejo del más fracasado gobierno desde la recuperación democrática, está a millones de años luz del ímpetu inicial del PRO, que prometió una gestión fundacional. Una administración que iba a sentar las bases para desanudar los cuellos de botella que empujan hace décadas a la Argentina hacia abajo.

Macri enuncia de manera correcta algunos de esos desafíos. Por ejemplo, la imperiosa necesidad de reducir un déficit que este año, si se descuenta el excepcional ingreso del blanqueo, podría superar 5,3 puntos del PBI. El problema es que más allá de lo declamativo, su equipo no cumplió. No hubo nervio ni inteligencia creativa para mantener la línea del ajuste, mientras de le daba sustentabilidad a un gobierno en minoría. Se optó por la salida fácil de ceder y se empezó a socavar así, aquello que se proclamaba garantizar.

Un programa económico consistente es el otro requisito indispensable para permanecer en el poder. Y en ese delicado terreno se abren los interrogantes más grandes.

Macri con los principales dirigentes de la CGT en el brindis de fin de año en la Quinta de Olivos.

El tiempo es el bien más escaso en cualquier Gobierno. Por eso, la idea –respetable y democrática- de la transformación incremental, no implica evitar las decisiones difíciles. Muy por el contrario exige un plan de largo alcance que defina con claridad las batallas que habrá que ganar, en el plazo constitucional con que se cuenta.

El Gobierno parece resignado a postergar para el 2018 el ordenamiento fiscal, entendiendo –otra vez- que la prioridad es garantizar la gobernabilidad, o sea, ganar las elecciones. Se confirma así la circularidad del razonamiento oficial. Nunca habrá un momento propicio para ajustar, porque con esa lógica en 2018 y 2019 –donde se ubicó el mayor esfuerzo fiscal-, será el momento de ponerse a trabajar en la reelección.

El detalle es que aquello que se evita es una pieza clave de lo que se busca garantizar. Equilibrio fiscal es gobernabilidad en la misma medida que los ajustes la ponen en crisis. Lo que cierra la brecha de esa aparente paradoja y marca la diferencia entre los éxitos y los fracasos, es la política. Sí, esa actividad tan despreciada como ineludible.

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