Editorial
El extraño ballotage de cuarenta y diez
Por Esteban Eseverri
La misma regla electoral que esgrime el kirchnerismo como la clave para su victoria en primera vuelta podría darle el triunfo a un candidato de consenso.

La Constitución Nacional tiene un sistema de elección de doble vuelta peculiar. Antes de la reforma de 1994, la elección era indirecta, se elegían miembros de un Colegio Electoral los cuales consagraban al presidente y vice. Luego se cambió por elección directa del presidente y vice, los cuales resultan elegidos si obtienen 45% de los votos, y de no alcanzar nadie esa suma, también podrían quedar consagrados si obtuvieron al menos 40% de los votos válidos emitidos con una distancia diez puntos porcentuales. Para que quede claro, fórmula más votada; 40%, segunda fórmula más votada, 30%, son electos los miembros de la primera.

El sistema del especial balotaje argentino proyecta su sombra sobre las conformaciones políticas que se insinúan para 2015, un dispositivo electoral que incluye una “vuelta previa” con las PASO a las dos rondas electorales ejecutivas.

Otros países de la región contemplan la doble vuelta: Chile, Uruguay, Brasil, Colombia. En ninguno existe la regla del “40 y 10” que fue fruto del Pacto de Olivos. En general se aplica doble vuelta para cuando ningún contendiente supera la mitad de los votos emitidos.

No hay experiencia en Argentina sobre el uso de este mecanismo. La única vez que podría haberse aplicado, en 2003, es público que quien había obtenido la mayor cantidad de votos, desistió insólitamente de presentarse a la segunda vuelta.

Fiel a su estilo basado en el antagonismo como motor político, el espacio oficialista sostiene ahora que precisamente esa regla del 40 y 10 le permitirá triunfar en primera vuelta en las elecciones del año que viene y acusa a la oposición, en general más basada en una concepción dialoguista o consensualista de la política, de carecer de los votos suficientes para enfrentar lo que supone será una formidable confirmación de su gobierno de 12 años.

En general, podemos decir que la campaña ya comenzó, por más que las reglas electorales no lo permitan. Estas últimas por cierto, se han cambiado casi prácticamente para cada elección desde el retorno de la democracia, lo cual constituye tal vez una de las marcas más deficientes de nuestra transición: las reglas parecen importar menos que los imaginativos caminos dispuestos para no seguirlas.

Confrontación y diálogo parecieran ser integrantes de la identidad práctica argentina. Es indudable que la lógica binaria de “izquierda-derecha, amigo-enemigo” le ha dado resultados políticos al Gobierno, pero no es menos cierto que para la construcción de la vida habitual es mucho menos eficaz. No habría por caso ninguna convención colectiva de trabajo, documento que rige la vida laboral de cada sector de la economía argentina formal, si sólo tuviéramos “confrontacionismo”.

Quienes se muestran hoy exultantes por referir al 40 y 10 como confirmación de una supuesta supremacía, no tienen en cuenta que el mismo dispositivo podría permitir que ocurran dos cosas: Primero, que un candidato más ligado al diálogo, con intenciones de disponer una macroeconomía más seria, obtenga precisamente ese primer lugar de 40 puntos. Lo segundo que podría ocurrir es que efectivamente, quien resulte candidato oficial obtenga los 40 puntos pero no la distancia de diez puntos con la segunda fórmula, forzando así un ballotage donde en definitiva se enfrentarían aquellos que propugnaron la ideología de “conmigo o traidor”, frente a otros naturalmente más dispuestos a llegar a acuerdos. Las dificultades para sumar de quien acusó a los demás de “Traidor” por no seguirlos, serían evidentes.

En un escenario tal, podría darse el caso del único ballotage que tuvo la Federación Rusa, los comicios de 1996, donde la primera vuelta terminó con 35% y 33% para los dos más votados: Yeltsin, que en definitiva propugnaba seguir adelante con distintas reformas orientadas a dejar atrás el régimen soviético, y un candidato que proponía volver atrás al comunismo. El resultado es conocido, hubo un formidable apoyo de variados orígenes e identidades a la primera opción.

Acaso sea ese un escenario no contemplado, en una política acostumbrada al chisporroteo electoralista, tal vez nadie haya pensado que en la próxima elección, visto el estado general del país, se discuta por fuera de la lógica binaria, y que no sólo intervenga la opción “continuidad o cambio”, sino fundamentalmente, atraso o modernidad, más eficacia en la administración, una macroeconomía que no sea tan volátil, mejores libertades públicas, en suma, diferentes reclamos que generen una fuerza electoral que contrariamente a la interpretación del “40 y 10” que tiene el oficialismo, lo termine perjudicando. 

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