Editorial
Cristina, Putin y la aldea Potemkin
Por Alejandro C. Álvarez
¿Hasta qué límites se estira la fantasía para hacer encajar a la pobre realidad en el cajoncito cuadrado de la propaganda?

La curiosidad mayúscula de la inclusión del canal ruso (oficialista del nacionalismo putiniano) Russia Today en la grilla de la televisión digital abierta (TDA) me hizo recordar una vieja anécdota de la Zarina Catalina de Rusia.

En 1787, Catalina emprendió un viaje por Ucrania y Crimea, era un periplo de propaganda política en compañía del emperador de Austria, el cual debería contar (según los planes de la zarina) en las cortes de Europa la magnífica obra de Catalina al transformar en poco tiempo a Rusia en un moderno y feliz reino al nivel de cualquiera de la Europa de la época.

Los detalles de tan importante tarea estaban a cargo del mariscal duque Gregorio Alexandrovich Potemkin quien preparó, a modo de decorado teatral, una serie de aldeas bien construidas a orillas del río Dniepper, rodeadas de árboles y jardines totalmente falsos, y pobladas por actores disfrazados de felices pobladores de la nueva Rusia. Para completar el operativo los ilustres testigos eran ubicados en una colina no muy cercana pero con una vista panorámica excelente. Por razones de seguridad, claro está, los nobles invitados no podían acercarse a las aldeas; el engaño se mantenía a prudente distancia.

Al finalizar la visita estos pueblos se desvanecían para trasladarse con los decorados a otros lugares y seguir la farsa. De ahí nació la expresión “aldea Potemkin” (o “pueblos Potemkin”) para designar una pretensión falsa que es sólo fachada con la que se pretende encubrir una realidad desastrosa.

No sabemos si los invitados se tragaron el cuento o, por mera urbanidad, le siguieron la corriente a la zarina. Lo cierto, para ser justos con el Mariscal, es que efectivamente este hombre estaba llevando adelante una tarea de modernización de la infraestructura de la época, construyendo caminos, renovando los puertos, mejorando las comunicaciones de aquel vasto imperio y, sin embargo, pasa a la historia por este “apuro” por mostrar resultados, una especie de necesidad de que Rusia fuera ya, rápido, lo que podría ser en unos años de trabajo duro y constante.

Pero no, el narcicismo del gobernante quiere que le agradezcan ya, que todos sepan que es gracias a su graciosa majestad que las cosas suceden y cuando las gentes no acuden en masa a festejar, hay que contratar una buena cantidad de figurantes y cuando no encontramos un obrero real que intervenga para espontáneamente expresar su beneplácito con tal o cual inauguración, para eso están los actores, con sus ropas y gorros de obreros para escenificar el agradecimiento eterno del pueblo.

Esta interminable cadena de elogios no sería un gran problema si no hubieran ya sucumbido a la tentación de pasarse por alto un detalle, que muy en cuenta tenía el viejo mariscal ruso, que una cosa es exagerar y resaltar hasta el ridículo tus logros y otra cosa es lisa y llanamente inventarte unos logros que no existen. El pobre mariscal quería mostrar exageradamente lo que había ya emprendido como tarea, pero la vasta Rusia no tenía comunicaciones para ir arrastrando a toda la corte de invitados, así que resolvieron “recrear” lo que pretendían lograr. 

Era sólo un pequeño engaño que, seguramente, si nuestro mariscal hubiera tenido los medios tecnológicos que tiene Russia Today en la actualidad, podría haber mandado equipos de producción para ir mostrando sus avances: fundó el puerto de Sebastopol y varias ciudades, un arsenal, construyó una formidable armada e indujo a decenas o tal vez cientos de miles de personas a colonizar las tierras del sur. Pero, no lo sabemos, quizás también habría caído en la tentación de inventarse una Rusia que no existía, con unos campesinos y niños jugando que solo eran actores en una comedia de engaños.

Cabe preguntarnos hasta dónde es posible llegar en la necesidad de construir una realidad a gusto del poder, hasta qué límites se estira la fantasía para hacer encajar a la pobre realidad en el cajoncito cuadrado de la propaganda.

Por último, los historiadores están divididos en un punto fundamental de esta historia: ¿sabía la zarina que estaba frente a un engaño? ¿era cómplice del mariscal? ¿es posible que un ministro engañe a un autócrata absolutista que tenía la manía de revisar cada nombramiento personalmente en su vasto imperio? ¿o el pobre mariscal simplemente cumplía órdenes?

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