Estados Unidos
Cien días
Por Hernán Sarquis
La luna de miel de Donald Trump sirvió para confirmar lo que ya sabíamos. No hay gran conspiración, no hay gran estrategia. Lo que vemos es lo que hay.

Cuando a Richard Nixon le tocó lidiar con la guerra en Vietnam que le heredaron los gobiernos de Kennedy y Johnson se trataba ya de un conflicto que había costado miles de vidas de ambos lados y millones de dólares. Desde el inició de su trunca administración, Nixon informó a su gabinete militar y de asuntos internacionales, encabezado en aquel momento por el legendario canciller Henry Kissinger, que tenía la intención de proyectar una imagen peligrosa e impredecible al exterior. El objetivo era, según le explicó a su jefe de gabinete Bob Haldeman, hacerle creer al líder vietnamita Ho Chi Minh que recurriría a cualquier medida con tal de acabar con el conflicto, incluso el uso de armas termonucleares. "La llamo la teoría del lunático, Bob", le habría dicho el presidente, "que digan Nixon 'está loco y tiene el dedo en el botón nuclear'".

Los seguidores más apasionados de Donald Trump han empujado la hipótesis de que el presidente 45 de Estados Unidos se mueve bajo una estrategia similar, sólo que en todos los frentes, no sólo en política exterior. Sus declaraciones absurdas, su relación con la prensa, sus aparentes fracasos frente al Congreso; todo sería parte entonces de una calculada estrategia. "Trump está jugando ajedrez en 3D", es común leer en los foros de sus seguidores para referirse al juego avanzado que el presidente maneja en comparación con sus rivales. Sin embargo, a 100 días de que tomara posesión, una cosa quedó muy clara: Trump no está jugando y no hay ninguna estrategia de por medio. La presidencia flota a la deriva.

 Trump malgastó su momento de mayor influencia como presidente en espejitos, leyes y presupuestos improbables, un muro que nadie quiere, y órdenes ejecutivas mal redactadas que fueron masacradas en los juzgados 

Trump malgasto su momento de mayor influencia como presidente en espejitos, leyes y presupuestos improbables, un muro que nadie quiere, y órdenes ejecutivas mal redactadas que fueron masacradas en los juzgados

Estos primeros 100 días Trump logró alcanzar el nivel de aprobación más bajo en la historia de la presidencia de Estados Unidos. En algún punto estuvo en 42% de aprobación, números tan bajos que a presidentes como Barack Obama o George W. Bush les tomó dos años alcanzar. Trump lo logró en dos meses. Para sorpresa de nadie sus índices comenzaron a subir un poco después de bombardear Siria y bullear a Corea del Norte como si fuera el niño gordo en el patio del recreo, sin embargo, su popularidad sigue en niveles vergonzosos para un presidente recién electo.

La medida de los primeros 100 días es significativa por algo, no sólo porque es el estándar que Franklin Roosevelt impuso para el arranque de su administración, sino porque estadísticamente es el punto más fuerte de todo presidente; es cuando más leyes puede impulsar por el complejo filtro del Congreso, y cuando la mayor parte de los ciudadanos están de su lado.

Cual dictador bananero, Trump malgastó su momento de mayor influencia como presidente en espejitos, leyes y presupuestos improbables. Un muro que nadie quiere, y órdenes ejecutivas mal redactadas que fueron masacradas en los juzgados. Desde su intentona por detener la entrada a Estados Unidos a ciudadanos de media docena de países musulmanes, hasta su esfuerzo por quitarle fondos a las llamadas ciudades santuario, y la vergonzosa salida de su consejero de seguridad nacional Michael Flynn, quien cada vez se ve más cerca de una prisión militar por sus nexos con Rusia. Lo que Trump y su equipo han sumado son descalabros.

Quizás el más humillante fue el fracaso de su reemplazo para el sistema de salud de Barack Obama, que durante toda la campaña -y durante los últimos siete años- Trump y los republicanos prometieron eliminar de inmediato con una mejor alternativa. El fracaso del Trumpcare fue humillante no sólo por tratarse de su primer esfuerzo de pasar una ley importante ante el legislativo, sino porque su partido controla el Congreso. Fueron ellos mismos quienes rechazaron la propuesta abalada por el presidente. No necesitaban el apoyo demócrata y aun así el presidente no pudo sumar los votos al interior de su propio partido.

 Trump no estaba actuando. No interpretaba a un personaje. No buscaba intimidar a sus enemigos siendo impredecible y locuaz. No hay un plan. No hay una gran conspiración. 

Aunque se le ha acusado de ser una de las administraciones menos abiertas en la historia reciente, lo cierto es que es el presidente más transparente del que se tenga memoria. Todos sus disgustos, berrinches e intereses pueden ser descifrados a través de sus tuits. De hecho, los hábitos televisivos del presidente son universalmente conocidos, a tal punto que existe un juego en Twitter donde los usuarios predicen qué va a tuitear el presidente con base en lo que está pasando en Fox News.

Trump no estaba actuando. No interpretaba a un personaje. No buscaba intimidar a sus enemigos siendo impredecible y locuaz. No hay un plan. No hay una gran conspiración.

Y luego está el affair con Rusia que viene arrastrando desde hace meses. Personajes de su campaña como el exdirector Paul Manafort, quien también parece acercarse a una prisión federal, o las sospechosas actuaciones de su yerno Jared Kushner, parecen apuntar, en el mejor de los casos, a una serie de terribles decisiones tomadas por incompetencia y avaricia.

Pocos analistas y personajes serios creen que Trump realmente haya conspirado con los rusos, pero lo que sí es claro es que tanto él como su equipo fueron lo suficientemente ingenuos como para caer en las redes del astuto Putin.

Más que una luna de miel, los primeros 100 días de Trump sirvieron para confirmar lo que ya se veía venir desde la campaña. Trump no estaba actuando. No interpretaba a un personaje pedestre enfocado a conquistar el voto obrero. No buscaba intimidar a sus enemigos siendo impredecible y locuaz. No hay un plan. No hay una gran conspiración.

El presidente es efectivamente tan ignorante como para sugerir que tiene el poder de desarticular una corte porque han fallado en su contra. O asegurar que el proceso mediante el cual una ley tiene que pasar por ambas cámaras del Congreso es "arcaico". O descubrir, dos meses después de estar a cargo del ejército más poderoso en la historia de la humanidad, que la situación en Corea del Norte es más complicada de lo que parece.

O la más reciente, admitir que, a sus 70 años de edad, pensaba que el trabajo más demandante del mundo sería más fácil que dirigir una empresa familiar de bienes raíces que no tiene ni un consejo directivo al cual responderle ni inversionistas.

Donald Trump cierra el primer 7% de su mandato con nada qué presumir. Y esta era la luna de miel. 

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