Xi Jinping está transformando por completo el paÃs de Mao Zedong. El siglo XXI estará asociado a esta tierra, que los occidentales miramos con admiración y desconfianza. |
El discurso de Xi Jinping en la apertura del Congreso del partido comunista chino duró la friolera de 3 horas y 23 minutos y llevó, como si lo anterior no fuese suficiente, el siguiente tÃtulo: "Cómo asegurar una victoria decisiva en la construcción de una sociedad moderadamente próspera en todos los aspectos y luchar por el gran éxito del socialismo con caracterÃsticas chinas para una nueva era".
Pero no nos confundamos: salvo por la duración de sus discursos, su insistencia con el socialismo y el conservadurismo en la vestimenta de los miembros del partido, Xi Jinping está transformando por completo a la China de Mao Zedong, y podemos darle crédito cuando nos habla de una "nueva era", aunque su anuncio sólo sea más de lo mismo.
El lÃder chino logró atenuar las crÃticas hacia su régimen, cambió su mala imagen en cuanto al cuidado del medio ambiente, logró modernizar su economÃa, aceptó la presencia de empresas extranjeras en su territorio, se comprometió a defender el libre mercado y, last but not least, ha venido creciendo a un promedio del 7 por ciento anual.
¿La occidentalización china es completa? De ninguna manera. Su tolerancia cero contra la disidencia, su sistema polÃtico, el manejo de la situación con Taiwan -un territorio que China reclama para sÃ- y la intransigencia con las aspiraciones democráticas de la occidentalizada Hong-Kong nos impiden ser optimistas.
Pero este Congreso, que confirmó el poder absoluto de Xi Jinping para los próximos cinco años, habló de un liderazgo que difÃcilmente veremos en Occidente, y nos anticipa un clima de estabilidad para ese 30 por ciento del PBI mundial que descansa en una antiquÃsima cultura con el arcaico rótulo de socialista pero con el pragmatismo que ninguna otra nación, a excepción de los Estados Unidos, puede hasta el momento igualar.
Nos guste o no, el siglo XXI estará asociado a esta tierra que los occidentales miramos con una mezcla de admiración y desconfianza. La gran pulseada del presidente chino con Donald Trump sigue su curso y por momentos los dos lÃderes parecen socios que juegan a ser rivales para ocultar la increÃble interdependencia entre sus dos economÃas.
Pero, como en el ajedrez, las blancas siempre son blancas y las negras son negras: podremos ver, a lo largo del siglo, una serie de varias temporadas en las que las dos superpotencias se disputarán la hegemonÃa mundial.
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