Enfrentar, insultar y tratar de vencer a los Estados Unidos de Norte América forma parte del folklore de cualquier gobierno populista o de supuesta izquierda. Pero el caso argentino se ha transformado, a esta altura de los acontecimientos, en un paradigma de la estupidez y del ridículo, del cual sabemos que nunca se vuelve bien parado. Pruebas al canto. El gobierno kirchnerista reestructuró la deuda pública en 2005 y 2010, ofreciendo a los acreedores que cualquier conflicto que se produjese se dirimiría según la legislación neoyorquina y en los tribunales de Nueva York. Digamos que hasta aquí no hay nada que criticar, porque ningún acreedor iba a aceptar otro tratamiento. Se emitieron los pertinentes bonos, y un 93% de la masa de acreedores agarró viaje con dicho procedimiento. En tanto, un 7% de los mismos no aceptaron esa transacción, de los cuales un 1% -ahora- son los llamados "buitres", y el restante 6% (que todavía tramitan ante el juzgado de Griesa sus créditos) más paquetamente se los llama "holdouts". Si volvemos a recordar nuestro pasado, nadie puede negar que entre 2005 y 2010 la Argentina creció a tasas chinas y el Banco Central rebosaba de divisas extranjeras. Eran tiempos de bonanza, fiesta y alegría, todo ello, gracias a la soja, que como dijo nuestra presidenta era un "yuyito que crecía a los lados de la vía del tren". En esa época que sobraban dólares y teníamos superávit fiscal y externo, a ningún genio de este gobierno se le ocurrió la sensata idea de comprar a precio irrisorio o "a valor de chirolas" ese 7% y pico de bonos que habían desechado la propuesta argentina. Pues bien, esa desidia o franca ignorancia financiera nos llevó a la elemental y lógica situación de soportar un proceso judicial, que es lo que normalmente sucede cuando un acreedor no cobra su crédito. Basta rememorar que el juez Griesa dictó su sentencia en 2012, pero recién el gobierno nacional tomó conciencia de dicha situación a mediados de 2013, y a partir de allí, se desató el pandemónium de todos los males argentinos. Cristina acusa a los EE. UU. de no haberle tirado ningún cable, y peor aún de haberla dejado en la estacada. Esto es falso. En U.S.A. la división de poderes y el respeto institucional existe en serio y se cumple de verdad, pero así y todo, el gobierno norteamericano se presentó como "amicus curiae" (amigo del tribunal) ante su Corte Suprema y en sendos escritos apoyo la postura argentina, por supuesto, sin presiones ni atropelladas. Por lo tanto, ¿qué tiene que ver Obama y el gobierno estadounidense en los estropicios y entuertos que la propia Cristina y Kicillof (nuestro Carlos Marx criollo) hicieron en el tema que nos ocupa? Sinceramente nada. Primero, porque se trata de un asunto patrimonial entre privados y un estado-nación deudor y, luego, lo más grave es que fue la propia Argentina la que propuso el juzgamiento en los tribunales de Nueva York, y con expresa aplicación de la legislación de este estado americano. ¿Qué esperaba Cristina de Obama? Supongo que su idea era que, al mejor estilo político que actualmente se implementa en nuestro país, le pegara una apretada telefónica a Griesa, como ella hace con Oyarbide y otros jueces federales más silenciosos pero no menos dependientes del gobierno, y le impartiera órdenes sobre cómo absolver a la Argentina de la deuda asumida y todavía impaga. A nosotros nos puede parecer pintoresco todo este accionar, pero, en el resto del planeta Tierra nos miran y, consecuentemente, creen que somos unos "chantas" irresponsables, con una conducta rayana en lo defraudatorio. En fin, tenía razón cuando en el primer centenario patrio nos visitó el famoso político francés George Clemenceau (alias "el tigre") y dijo que la Argentina crecía de noche, o sea cuando el estado dormía o mejor aún cuando no hacía nada. Visto y considerando lo que hoy padecemos me parece que no estaba errado.