Granos
La medida que podría haber evitado la nueva crisis del dólar
Por Ezequiel Tambornini
Liberar las exportaciones y eliminar las retenciones al trigo y la cebada hubieran aportado más dólares a la economía. La lógica que lleva al gobierno a dañarse.

A fines del presente año los argentinos podríamos haber estado nadando en dólares. La receta para que eso ocurriese era sencilla: liberar las exportaciones y eliminar las retenciones en trigo y cebada para incentivar la siembra de ambos cereales.

El impacto de tal medida, en términos de recaudación, es insignificante. Y no tiene además mayor incidencia en los precios de los productos panificados (los hechos insólitos registrados a fines del año pasado con el precio interno del trigo así lo demuestran). Los beneficios económicos de tal decisión hubiesen sido favorables para todos. Incluso para el propio gobierno nacional.

Pero el núcleo duro del kirchnerismo decidió mantener los desincentivos a la siembra de granos finos. El resultado: la producción de trigo y cebada –clima mediante– no crecerá de manera importante. Y cuando se acaben los sojadólares, las placas tectónicas del sistema cambiario local comenzarán nuevamente a moverse.

Muchos no comprenden cuál es la razón por la cual un gobernante decide implementar una política que perjudica a su propia gestión. Creen que no existe lógica en tal conducta. Pero se equivocan.

En los inicios del kirchnerismo muchas empresas y sectores económicos se asociaron con el gobierno para emplear al mercado interno como un coto de caza cerrado en el cual se maximizaron rentas –en algunos casos a niveles estratosféricos– a costa de los consumidores o de los eslabones más débiles o menos organizados de la cadena valor.

La historia de tales acuerdos, en todos los casos, siguió un guión infalible. Primeros años de noviazgo muy fructíferos. Mucha ganancia. Fiesta. Y un día llega la noticia: esa renta extraordinaria no te pertenece. Es mía. Deberías darme las gracias por los buenos años. A trabajar.

Muchos descubrieron que para el kirchnerismo no existen socios. En su cosmovisión de la economía sólo caben dos categorías: subordinados y enemigos.

Cuando llega el momento de la verdad, los subordinados tienen dos alternativas: aceptar órdenes o rebelarse. Los grandes conflictos que se desataron en los últimos años se originaron cuando –al finalizar el noviazgo– los subordinados no quisieran aceptar su lugar.

Fue así como, luego de ganar fortunas por medio de la liquidación, a precio de remate, de más de diez millones de cabezas bovinas, los frigoríficos exportadores fueron posteriormente diezmados al negarse a aceptar las nuevas reglas de juego impuestas al finalizar la fiesta.

Los frigoríficos avícolas, en cambio, siguen vivos porque aceptaron subordinarse sin reparos. Cuando el año pasado el gobierno los obligó a financiar las compras de petróleo venezolano con exportaciones de pollos, aceptaron esa orden sin condicionamientos. La herramienta a través de la cual se hace esa operatoria se denomina “Fidecomiso Néstor Kirchner” (el cual es administrado por el Banco Nación). Podría llamarse “Fidecomiso Argentina Avícola” o “Hermandad Latinoamericana”. Pero se llama como se llama para que no se les olvide para quién trabajan.

En todos los sectores económicos aparecieron subordinados que, si bien se consideraban a sí mismos socios, descubrían que –de un día para el otro– pasaban a ser tratados como enemigos al negarse a acatar una orden del gobierno.

El conflicto más mediático, de hecho, surgió cuando, luego de aprobar la fusión entre Cablevisión y Multicanal (leading case mundial de política anticompetitiva), el entonces presidente Néstor Kirchner entendió que ese regalo era suficiente para que el grupo Clarín le vendiese el diario homónimo. El desenlace es conocido.

Algunos dicen que la última década fue la década ganada. Otros aseguran que fue la década desperdiciada. La realidad es que podrá ser una cosa u otra dependiendo de qué hagamos con ella en lo sucesivo.

No existen experiencias buenas o malas. Lo bueno es poder capitalizar toda experiencia para superarse. En los últimos años muchos empresarios descubrieron que rifar la dignidad para intentar maximizar la rentabilidad tiene un precio carísimo. La Argentina que viene dependerá, en buena medida, de cuán duradero resulte ser ese aprendizaje. 

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