Editorial
La Tercera Vía, parte dos
Por Diego Guelar
La autocrítica, los mitos y los tabúes detrás de la decisión de Mauricio Macri de construir mediante el PRO una alternativa al bipartidismo.

La autocrítica, los mitos y los tabúes

  1. La autocrítica

La autocrítica es una práctica inversamente proporcional a la habitual y recurrente crítica de las conductas ajenas.

No hay que confundir autocrítica con autoflagelación (actitud nociva e inútil).

El Bipartidismo (alternado con los golpes de estado, que permitían al pequeño pero poderoso Partido Liberal Conservador alcanzar el poder) fue afirmando a lo largo de 67 años – 1946-2003 – una forma de cultura hegemónica que se estructuraba sobre una mayoría peronista – control de gran parte de los distritos, empezando por la Pcia. De Buenos Aires, más el dominio de la casi totalidad de los gremios agrupados en una sola CGT.

Un partido político nacional, la UCR, las Fuerzas Armadas, la Iglesia y algunas corporaciones – la UIA o la Sociedad Rural – servía de contrapeso ocasional a la “concentración de poder” peronista.

Los medios de prensa, en el medio, eran un mecanismo de negociación que servía a uno u otro lado, conforme a sus propios intereses corporativos. Así fuimos transitando la Guerra Fría, la aparición de la “Cuba Revolucionaria” y sus cabezas de playa en Argentina y en toda la región, las modas Cepalistas, Desarrollistas y Neoliberales en lo económico. y pasamos de la balcanización sudamericana a la integración con el Mercosur y la Unasur.

En Argentina, desde mediados de los 80’s, momento de la restauración democrática en toda la región, intentamos y fracasamos en construir una transición que nos permitiera afirmar los valores republicanos (que nunca pudimos practicar) con un proceso acumulativo de inclusión social y la generación de un mercado de capitales de mediano y largo plazo.

A la fecha, seguimos pivoteando sobre los mismos ejes pero con el agravante que se han debilitado las estructuras históricas – los partidos políticos y las organizaciones gremiales y sectoriales.

Sintetizando, cualquier intento superador que se base en el personalismo inorgánico, sin el objetivo de construcción institucional y con una hipótesis de trabajo basada en medrar con la “crisis heredada” desde el miedo de la población a la ingobernabilidad, sólo podrá apuntalar el éxito electoral, pero estará condenada al fracaso como todos las anteriores aventuras de apropiarse del Estado como “botín de guerra”.

Cuando nos referimos al “fracaso” no hablamos del exitoso engordamiento patrimonio individual o grupal de los beneficiarios de las recurrentes crisis, sino las consecuencias que cayeron sobre la mayoría de los argentinos.

Este esquema político fue afirmando valores autoritarios (fundamentalmente desde el peronismo y las ocasionales administraciones militares) que tuvo un pico de altísima violencia criminal en 1976 que nos llevó a un genocidio interno y una guerra externa perdida.

Pese a las lecciones que deberíamos haber aprendido por los frustrantes gobiernos civiles, los crecientemente ineficaces períodos militares, las hiperinflaciones y el traumático default del 2001, el “delirio” de la concentración del poder alrededor del presidente de turno y una cambiante pero similar “corte” de adulones que los rodean, ha sido la práctica repetida una y otra vez.

El mejor caso para tener en cuenta es el de Getulio Vargas en Brasil, quien gobernó desde 1930 hasta 1954 y transitó un camino muy parecido al de Juan Perón. En el Brasil moderno nadie es hoy “Varguista” pero los dos grandes fundadores del sistema político actual, Fernando H. Cardoso y Luis Inacio Lula da Silva, se reconocen como “hijos” de este Prócer que se suicidara en 1954. Uno por centro-izquierda y el otro por centro derecha, han desarrollado el legado de Vargas pero desde una construcción plural que ha permitido un rico debate ideológico en el marco de una sólida unidad nacional.

Desde el 2003, tanto el Peronismo como el sindicalismo se han dividido profundamente y el significado del término “Peronismo” puede interpretarse “a la carta”: se puede ser nacionalista, desarrollista, liberal o radical, anque “verde” o marxista, y alcanza con la autodefinición abstracta para pertenecer a este colectivo inasible e indefinible para formar parte de sus filas.

Hasta el Cardenal Bergoglio, que no fue candidato argentino al papado desde ningún sector de nuestra sociedad, es un “Papa peronista”.

Esta “Cultura Peronista Hegemónica” no puede confundirse con un partido político y, desde una perspectiva autocrítica, debería cuestionarse severamente su legado y su proyección futura.

2. Mitos y tabúes

El sucinto relato del punto 1, se basa en la afirmación de mitos y tabúes que se han convertido, a lo largo del tiempo en verdades irrebatibles.

Mito 1:

“Argentina es solo gobernable desde el Peronismo”

Si bien el propio Gral. Perón fue desalojado del poder por un Golpe de Estado en 1955, es cierto que logró hacer fracasar a quienes intentaron sucederlo. Ninguna administración radical pudo terminar su mandato – Illia, Alfonsín, De la Rua y Frondizi (un radical intransigente, pero un radical, al fin). Los gobiernos militares que se sucedieron – Lonardi, Aramburu, Onganía, Levingston, Lanusse, Videla, Viola, Galtieri, Bignone – fueron todos jaqueados por la movilización estudiantil y obrera, mayoritariamente encarnada por las distintas corrientes del Peronismo.

Lo que la sociedad todavía no ha podido resolver es cómo conciliar las legítimas aspiraciones sociales de la mayoría de los argentinos, hoy independientes y sin pertenencia política a fuerza política alguna, con una propuesta política que los interprete y los represente desde una nueva organización política que los contenga y no los defraude.

Esa Propuesta no será Peronista ni Radical y tampoco será de un partido, ni siquiera de un frente electoral. Deberá parirse desde 2 o más parcialidades que deberán construir un sistema republicano plural.

Por eso es que no hay que preocuparse en “suceder” a los K sino cambiar profundamente las bases del poder político, dejando de lado la “Concentración” del poder para pasar a un estadio superior como el que ya alcanzaron nuestros principales vecinos y socios (Brasil, Uruguay y Chile).

No hay posibilidad de consolidar un sistema republicano con Partido Único o Partido Hegemónico. Aceptar que los Partidos representan parcialidades políticas, sociales e ideológicas es fundamental para garantizar la “Pluralidad” que caracteriza al sistema republicano.

En la Argentina no conocemos “La República” porque hemos tenido Partidos Hegemónicos (1° el Radicalismo y luego el Peronismo) o regímenes Militares. Desde 1983, el Radicalismo no cumplió los requisitos de permanencia y eficacia que permitieran crear la confianza en la alternancia con continuidad y la consolidación del sistema de partidos.

No entender el problema y pretender repetirlo, no es sólo carecer de capacidad de autocrítica sino que significa la persistencia en el error, o, lo que es peor, la pretensión de eternizar los vicios conocidos.

Mito 2

“Si uno dice lo que piensa, no puede ganar las elecciones”

Este mito fundamenta el “doble discurso” que el Gral. Perón graficaba con la expresión “Cuando hago el guiño a la izquierda, doblo a la derecha” (o Menem cuando afirmó: “si decía lo que iba a hacer, perdía”).

Para no recurrir a la larguísima lista de episodios que expresan esta gravísima y muy negativa práctica, basta con ver el último giro de CFK al hacer convivir la retórica populista con el más brutal ajuste en los términos de los viejos programas del FMI.

El mito 2 se combina con el tabú 1:

“Las ideologías han muerto y no debo definirme en esta materia para evitar quedar encerrado en un pequeño círculo de iniciados que están al margen del interés de la gente”.

Este sofisma sería cierto… sino fuera falso.

La realidad de la región y en el mundo muestra que, más allá del razonable debate sobre su significado, los dirigentes de peso de partidos importantes definen permanentemente su pertenencia política e ideológica.

Es cierto que la mayoría de los electorados del mundo han adquirido una creciente independencia (ligada al mayor acceso a la información). Con la excepción de EE.UU y España, todos los otros partidos de occidente han tenido que organizar Frentes o Coaliciones, pero conservan su identidad partidaria y sus raíces ideológicas como eje nucleante de sus activistas. A mayor organización partidaria, mayor fortaleza del Frente que integra y mayor su peso relativo en el mismo.

El tabú 1 es reflejo de la menor densidad y formación de la dirigencia política contemporánea.

Por eso es difícil encontrar dirigentes actuales de la talla de Lula, Mandela, Julio Sanguinetti, F. Miterrand, Gorbachov, H. Schmitt y otros que han marcado el destino de sus naciones en las dos últimas décadas.

Ni Facebook, ni Twitter, ni ningún elemento electrónico sustituyen la fuerza del mensaje ni el rol orientador de una dirigencia. Esto se nota cuando se adolece de una.

Tampoco la publicidad puede sustituir ese producto colectivo – el partido - , regado por el esfuerzo de hombres y mujeres que lo integran, cuyo valor es la capacidad de transformar la realidad heredada para construir desde lo existente hacia lo deseado.

Así aparece el Tabú 2:

“Es mejor no definir programas porque después la realidad nos obliga a cambiarlos”.

Lo importante no es detallar las medidas, sino saber hacia dónde se va. Por ejemplo: definir una batería de medidas nacionales sin entender que la mayoría deben incluirse en una matriz de integración regional y global, hacer que los mejores programas sean un “barrilete sin cola” que fracasarán a la hora de su implementación.

Lo que no puede ignorarse es el éxito del “centro político” – más allá que se provenga de la izquierda o la derecha – que ha dado condiciones inéditas de paz mundial durante los últimos 20 años.

El fracaso del terrorismo internacional, del populismo personalista, de las teocracias y de todas las formas de régimen autoritarios, van cimentando una sincresis ideológica.

El mejor representante de esta nueva aproximación es el Papa Francisco quien, sin abandonar su identidad original – Vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana – tiende puentes hacia otras creencias, los ateos y todos aquellos que, de una u otra forma, trabajan para abolir las desigualdades y mejorar las condiciones de vida en el planeta.

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