Editorial
Ocultar la pobreza no la soluciona
Por Esteban Eseverri
La pobreza debería interpelar al sistema político hacia un esfuerzo urgente de cooperación para avanzar en caminos de prosperidad sin mantener oculto a nadie.

La persistencia de la pobreza es una realidad mundial señalada desde casi todos los sectores de la vida pública y política. En Argentina, a 30 años del advenimiento de la transición democrática, algunas cuestiones relacionadas con su real dimensión, siguen discutiéndose sin que exista un esfuerzo coordinado entre jurisdicciones, ni acuerdos políticos y sociales estables dirigidos a disminuir cualitativamente su existencia real.

La propia palabra “pobreza” es una verdad incómoda. Suele medirse trazando una línea y se dice “es pobre quien está debajo de ella, no es pobre quien la supera”. Con ello se corre el riesgo de deshumanización al olvidar que detrás de las cifras y los conceptos hay personas concretas que tienen afectada su capacidad para anticipar, sobrevivir, resistir y recuperarse de situaciones diarias y cotidianas que plantea la vida en sociedad.

Pobreza rural y urbana no son el mismo fenómeno aunque se tienda a medirlas igual. En la primera, suele haber algún tipo de redes sociales compensatorias y estrategias de subsistencia distintas. Esas mediciones tampoco dan cuenta del grado de mitigación que pueda obtenerse en vivir donde la expresión de la naturaleza es más cercana.

La pobreza urbana tiene otras características. Suele darse en situaciones de fragmentación social, de mayor soledad y menos redes. También de mayor violencia y exclusión. Y en el caso de nuestro país es un fenómeno no menor pues poseemos una gran cantidad de centros poblacionales coligados constituyendo una especie de mole urbana infinita.

Atarse a decir “hay tantos o tantos menos pobres, somos exitosos” no pareciera contribuir a eliminar aquella persistencia de la pobreza, más aún cuando se encara un ajuste económico. En primer lugar, las famosas líneas de pobreza no tienen en cuenta que muchos hogares van hacia arriba y hacia abajo de esas líneas conforme su inestabilidad en la fuente de ingresos. Pero se trata de las mismas personas que continúan viviendo en situaciones de vulnerabilidad, carencia, impotencia e insatisfacciones no sólo materiales.

En segundo lugar, pese a que el Observatorio de la Deuda Social de la Argentina, y otros centros de producción de conocimiento no oficiales realizan monitoreos constantes de la situación social, tenemos problemas en el grado de acuerdo y confianza que mantienen las mediciones oficiales.

Un fallo reciente de la Corte Suprema ordena al Gobierno Nacional a proporcionar datos sobre la cantidad pero también la forma en que se reparten los llamados Planes Sociales. La sentencia se produce en un amparo que comenzó en 2007. Que el Estado se haya resistido a dar esa información sobre una franja que indudablemente se encuentra entre los menos favorecidos de la sociedad durante 7 años, tampoco pareciera colaborar con la eliminación de la pobreza.

Las mediciones sobre inflación desde el año 2007 a la fecha del cambio de sistema en enero pasado, tampoco colaboraron, e inclusive conspiraron contra esfuerzos del propio Gobierno Nacional en el campo social.

Hay estructuras injustas, y hay personas concretas afectadas e invisibilizadas por dichas injusticias, hay también una política de ajuste aunque no quiera reconocérsela. En cuanto es visible, la pobreza escandaliza, mueve a la solidaridad, y debería interpelar al sistema político hacia un esfuerzo urgente de cooperación entre partidos y jurisdicciones no sólo para efectuar mediciones creíbles y para informar el real esfuerzo e inversión del Estado en este campo, sino para avanzar en caminos de prosperidad sin exceptuar bien alguno ni mantener oculto a nadie.

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